lunes, agosto 29, 2005

La seducción de la novela

Un comentario sobre la más reciente novela de Gioconda Belli, El Pergamino de la seducción (Seix Barral, 2005)

Autor Nicasio Urbina
urbinan@uc.edu
Dice Milan Kundera en su li bro más reciente Le rideau (Gallimard, 2005) escrito en francés que “en el arte de la novela, desde el principio de su existencia, la composición (la arquitectura) ha adquirido una importancia primordial. Esta importancia excepcional de la composición es uno de los signos genéticos del arte de la novela. Lo distingue de las otras artes literarias, de las piezas de teatro [...] y de la poesía” (180, traducción mía). La composición es uno de los grandes aciertos de El pergamino de la seducción de Gioconda Belli (Seix Barral, 2005), novela tejida por dos narraciones en primera persona que narran dos historias de cierta manera paralelas: la historia de Lucía en el siglo XX en Madrid, y la historia de Juana de Castilla, entre los siglos XV y XVI en Flandes y España. Las dos historias son más o menos lineales, no hay grandes anacronías o cambios temporales en la narración. El relato de Lucía empieza cuando Manuel le propone contarle la historia de la reina Juana, es decir, poco después de haberse conocido. Éste es el grado cero de la historia de Lucía y de la novela en general, ya que todo el resto de la novela es emitido, es generado, desde este momento de enunciación. El pergamino de la seducción es una novela que está construida sobre la promesa de una narración. “Manuel me dijo que me narraría la vida de Juana de Castilla y su locura de amor por su marido Felipe el Hermoso, si yo aceptaba ciertas condiciones” (11). Es decir El pergamino de la seducción es una novela sobre, acerca y en torno al acto de narrar. La condición que Manuel le impone a Lucía es la siguiente: “Quiero que levantes con tu imaginación los escenarios que te describiré, que los veas y te veas en ellos, que te sientas como Juana por unas horas” (11). La condición de Manuel es la misma que la que todo novelista espera de sus lectores. ¿No es esto lo que hacemos cuando leemos una novela? El acto de leer implica una reconstrucción mental del mundo narrado, implica vivir las aventuras y las tragedias de los personajes que palpitan frente a nosotros. El mensaje o la condición que Manuel le impone a Lucía es implícitamente un mensaje a los potenciales lectores de la novela. Somos nosotros al fin y al cabo los que vamos a vernos y sentirnos como Lucía y como Juana por unas horas. La novela, desde sus inicios ha sido un mundo construido con palabras, y no me refiero al hecho evidente que esté escrito con palabras, sino al hecho que sus personajes y sus historias a menudo se sitúan en otros mundos verbales. Don Quijote vive en el mundo de los libros de caballería, James Joyce escribe Ulyses siguiendo paso a paso La Ilíada de Homero, Cien años de soledad está construido en base a otros libros y otros mundos verbales. Por eso cuando Manuel le dice a Lucía: “No te será muy fácil al principio, pero un mundo construido con palabras puede llegar a ser tan real como el haz de luz que ilumina tus manos en este momento” (11), está confirmando el principio fundamental del arte de la novela. Para el escritor argentino Ernesto Sábato, el mundo de la novela es más real, más auténtico y más verdadero, que el mundo de los periódicos, los anuncios luminosos y los discursos patrióticos. En El pergamino de la seducción Gioconda Belli utiliza un juego de narraciones y ecos de narraciones que componen las voces de la novela. “Manuel me dijo que me narraría la vida...” En el decir de Manuel y en la promesa de la narración está la clave de la estructura de la novela. Manuel empieza a contar la historia de Juana, él es el emisor de discurso dictado por el archivo histórico, por la acumulación de datos y de señas, de documentos, de información. Lucía, vestida e investida como Juana, recibe está información y la traduce en una narración en primera persona, a la que le suma los sentimientos, las subjetividades, los placeres y las carencias de Juana. Por el otro lado tenemos la historia de Lucía contada en primera persona: “Mis abuelos me depositaron en el internado regentado por monjas en Madrid un día de septiembre de 1963” (12). Esta historia va alternándose con la historia de Juana y se desarrollan paralelismos entre ambas narraciones. La muchacha huérfana que en el siglo XX, interna en Madrid, conoce a un historiador cuarentón, se enamora y queda embarazada, va a servir como contrapunto a la historia de la princesa que es dada como esposa en virtud de una estrategia política, se enamora, tiene varios hijos que pronto arrebatan de su lado, la nombran reina y nunca le permiten ejercer su poder, y termina prisionera de su propio padre, acusada de locura para desautorizarla. Las dos historias son truculentas, representan a mujeres dominadas por la sociedad patriarcal y falocéntrica, y describen un camino de explotación de la mujer que abarca cinco siglos. En el epílogo de la novela Lucía se va a Nueva York y tiene a su hija. El nuevo mundo anglosajón se presenta como la liberación del mundo opresivo hispánico. La nueva Juana, la hija de Lucía, nace en un mundo distinto, con más libertades para la mujer, con más igualdad de género. Al final de la novela, tenemos otra promesa de narración, esta vez la narración de la novela misma. Lucía afirma en el penúltimo párrafo: “Ahora yo recogeré las memorias de su reino. La colegiala que escribía cartas en el internado con una caligrafía pulcra y redonda, la que se fascinaba con los puentes que urdían sus palabras para sacarla de aquel espacio constreñido, recogerá los hilos, se exorcizará de sus propias tristezas, y escribirá otra historia, otra verdad para desafiar la mentira” (322). Como hemos visto la novela más reciente de Gioconda Belli es una refinada estructura narrativa que juega con las perspectivas, con las voces, con las focalizaciones de la narración. Es su ya vasto programa narrativo Belli ha dado muestras de innovación y apertura, de originalidad y talento, siempre en la vanguardia, abriendo brechas y enfrentando nuevos temas, nuevos acercamientos, nuevos lenguajes; pero siempre ahondando en sus temas centrales y profundos: la situación de la mujer, el control de su cuerpo y su sexualidad, su papel en el escenario público y privado, su innegable derecho a un lugar central en la historia. El autor es Catedrático y Director de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de
Cincinnati