martes, noviembre 22, 2005

La araña y el semáforo



Sus finísimas, largísimas y estilizadas patas, eran la envidia de sus compañeras. Ella, en telas desprolijas, sabía desplazarse con garbo.

Había aprendido a columpiarse con un estilo desenfadado y señorial, como trapecista. Hubo quienes juraron que lo hacía cantando. Nunca empañó sus ojos vidriosos con horizontes foráneos ni sus saltos almidonados con sueños laberínticos fuera del entorno en el que se movía con destreza magistral.

Era la reina y la más ágil. Pero un día, sus gracias, se convirtieron en desgracias.

Empezó a quedarse aislada. Nadie quería estar cerca de sus acrobacias. Y ella necesitaba público. Pensó en cambiar, ser una más del montón. Demasiado tarde. Ya la habían dejado sola.

Lo peor, la tela pegajosa le había enredado las patas. Quiso cantar pero no pudo, quizás nunca había podido.

Desesperada, buscó con sus desorbitados ojos rojos el charco estancado ahí abajo. No vio su reflejo y se horrorizó.

Tenía que columpiarse como sólo ella podía para zafarse de la tela que finalmente cedió. Cegada por una oscuridad para ella desconocida, cayó al charco, pero sin sus patas.

Al contacto con el agua lodosa, su pequeñísima caparazón cambió de forma. Se convirtió en una suerte de caja negra que disparaba colores, colgada entre el cielo oscuro de la noche y una avenida principal de una gran ciudad.

Emitía el color rojo y los coches estaban detenidos ante ella. ¿O él? ¿Qué sería? Sólo sabía que se había transformado en un aparato que despedía luces y que ahora, estaba en rojo, el tiempo suficiente para ver que la noche transitaba lenta, y que, iluminados por los faros de uno de los autos, un par de niños vestidos de ´payasitos’ realizaban malabares con antorchas de fuego.

El espectáculo duró poco menos que un cambio en sus luces, de rojo a verde, lo suficiente para que el más pequeño los recorriera todos en busca de alguna moneda.

La araña convertida en semáforo fue testigo. La mirada del pequeño se estrelló con las ventanillas cerradas y la indiferencia de ansiosos conductores. Y no pudo hacer nada. No controlaba sus luces, que se habían convertido en su esencia.

¿Dónde habrían quedado sus patas?

Autor: María Lourdes Pallais Copyright © 2005 - Todos los derechos reservados.

Orfeo y los zapatos


A mi padre y su guitarra

¿Que si duele? Supongo que sí, pero si tienes una guitarra, como la mía, de escudo, ni lo sientes. ¿Que por qué lo permití? Es que no lo permití, si casi ni me dí cuenta, supongo quehasta lo provoqué, pero esas son cosas del pasado. ¿Que te cuente? ¿Cuál, la primera vez? Porque hubo varias, varios zapatazos pero, la verdad, ninguno tan memorable como el primero, bueno, quizás también el último, que en realidad fue bastante más que un par de zapatazos.

¿Que si el primero me tomó por sorpresa? Hombre, claro, qué pregunta la tuya, sorpresas esperaba cuando me casé, pero nunca que mi mujer me tirara zapatazos.

¿Que por qué los otros no fueron tan memorables como el primero? Hombre, ¿que nunca te enteraste que todo la primera vez es siempre más memorable? Siempre, créeme. Recuerdo que, después de varios zapatazos que sólo recibió mi guitarra, las cosas de la vida, imáginate que mi mujer dejó de comprar zapatos de tacón alto y puntiagudo, cambió la moda, ¿me entiendes?, y ella, que siempre se jacta de no seguir las modas, de pronto decidió que los zapatos de taco bajo le quedaban mejor, que además eran mucho más cómodos, supongo que tenía razón, pero yo sólo pensaba en que finalmente mi guitarra ya no recibiría zapatazos que le romperían las cuerdas.

¿Que si alguna vez pensé dejar de tocar mi guitarra para evitar los zapatazos? Claro que no, hombre, si ya se había convertido en un ritual entre mi mujer y yo, ¿que si me gustaba el ritual? carajo cabrón, eso no lo había pensado. Supongo que sí.

Lo que te puedo asegurar es que, con zapatos de tacón alto o bajo, mi mujer tiene unas piernas de puta madre, tobillos delgados que se van ampliando suavemente hasta las rodillas, y lo demás, ni te cuento, de pura raza, como de yegua de paso peruana, ¿alguna vez viste a esas yeguas? No, claro que no, pues entonces sólo imagínate, unas piernas duras, como de acero, pero suavecitas al tocarlas, como de terciopelo, espléndidamente dibujadas, así son las de mi mujer, y cero celulitis ni ahora que ya es cincuentona, ¿me entiendes? No, claro que no. Tendrías que haberlas tocado alguna vez, pero pobre de ti, cabrón, si alguna vez te hubieses atrevido.

¿Que me fui por la tangente? Es cierto, para variar, qué terrible defecto es ese el mío, empiezo por aquí y sigo por otro lado, es que como que me distraigo, ¿me entiendes?, pero bueno, tienes que admitir que siempre regreso al principio, y sí, cabrón, claro que me acuerdo, quieres que te cuente el primer zapatazo, o bueno, los dos primeros zapatazos, porque primero fue uno y después el otro. O.K., te cuento, voy al grano, ahora sí, palabra de hermano.

Estaba yo, el galán de siempre, te acordarás por supuesto, con mis 28 años recién cumplidos y mi mechón sobre la frente, acariciando mi guitarra como si fuese una mujer, ¿que no entiendes? Pero si los cuerpos de las mujeres se parecen a las guitarras, y no es invento mío cabrón, si lo han dicho muchos, creo que hasta Picasso.

El caso es que yo siempre tocaba mi guitarra así, creo que nunca me viste, pero trata de imaginarte, así, la parte de arriba, la delgada, donde están las cuerdas, pegada a mi rostro, y siempre acariciando sus cuerdas como si fuesen hebras de cabello de mujer; así, mientras mantenía el cuerpo de mi guitarra pegado a mi pecho, era como si además de cantar, para qué mentirte, le estuviera haciendo el amor a mi guitarra.

Modestia aparte, yo era un maestro con esas cuerdas, puta, la falta que me hace a veces rozarlas, mezclar su sonido con mi voz, carajo, cuando me acuerdo siento que era mejor que hacerle el amor a una mujer, aún a una como la mía.

Sí, tienes razón, sigo divagando. Pero ahora te lo cuento, palabra de hermano mayor, sin irme por la tangente.

Te decía que estaba yo cantando, porque, como siempre, no me despegaba nunca de mi guitarra, era mi segunda piel, y también como siempre, sabía que esa noche me pedirían que cantara La Mal Pagaa y nunca me hice del rogar, la neta, para qué mentirte, si era un enamorado perdido de mi guitarra, si sentía que me transportaba no sé dónde, a ese lugar feliz dónde sólo la magia de mi guitarra acurrucada en mi pecho existía, sólo así sentía esos orgasmos infinitos.

¿Que suena cursi? No lo dudo, pero me importa un comino. Ya, ya, O.K., regreso al cuento.

Con La Mal Pagaa iniciaba mi repertorio, ¿conoces la canción? Bueno, pues esa. Y después, sin que nadie me lo pidiera, seguía con Perfidia. ¿La conoces? ¿En serio que no? Aquella que va “Mujer, mujer, si puedes tú con dios hablar”, sí la conoces, imposible que no. Y seguía con El Rey, como para equilibrar el asunto, ¿me entiendes? Primero Perfidia, donde la mujer es reina, y luego yo, El Rey.

Sí, hermanito, todo fríamente calculado, y con los ojos cerrados y la pasión encendida, amén del mechón sobre la frente.

Pero te juro que, por lo menos la primera vez, en mi delirio, no me dí cuenta de que todas, porque eran puras mujeres las que me rodeaban, mujeres de mis amigos, incluso la esposa de un nuestro pariente, se me pegaban como larvas, y supongo que me excitaba, ¿me entiendes? Y seguía cantando, acariciando mi guitarra, sudando como cuando hacía el amor con mi propia mujer, extasiado. Sin parar, iba de una canción a otra, “Paloma negra, paloma negra, ¿dónde, dónde andarás...?”, y “Nosotros, que nos queremos tanto” y otras por el estilo, ya no me acuerdo muy bien todo mi repertorio, pero fue en algún momento de Nosotros que recibí el primer zapatazo.

A todos les hizo mucha gracia. Yo, la verdad, ni lo sentí. Le cayó a mi guitarra y terminó en el suelo. Una de las mujeres que me rodeaba tomó el zapato, muerta de risa, y lo tiró contra una ventana, al menos eso creo.

¿Que si rompió la ventana? Hombre, carajo, tú siempre tan detallista, ya no me acuerdo. Lo importante es que yo seguía cantando y las mujeres acumulándose a mi lado. “Quiero ser libre, vivir mi vida...” y zum, el segundo zapatazo. No perdí ni una sola nota. No, hermanito, te juro que no enfurecí. Simplemente agarré el zapato que se había enredado en las cuerdas de mi guitarra y había roto por lo menos dos de ellas y lo tiré al piso para seguir cantando feliz.

Tampoco a nadie le pareció raro, quiero decir, que mi mujer me tirara un par de zapatazos, algo tan poco social, ¿me entiendes? Todos seguían tan tranquilos, escuchándome cantar y riéndose, especialmente las mujeres.

Pues sí, yo seguí cantando el resto de mi repertorio, importándome poco que algunas cuerdas de mi guitarra estuviesen rotas, ¿por qué? Pues por los zapatazos de mi mujer, cabrón, ya eso lo tenía bastante claro, pero igual me importó poco.

¿Que si estoy exagerando? No, hombre, por Diosito que no.

¿Que si nadie se preocupó de mi mujer? En lo absoluto, cabrón. Nadie le hizo caso, el menor caso, si mal no recuerdo ella se largó, dando un portazo. Pero yo seguía, terco, aferrado a mi guitarra y cantando: “Quiéreme mucho, dulce amor mío”, y de pronto, cabrón, la mujer de un amigo, bastante guapa, por cierto, pero sin las piernas de mi mujer, me zampó un tremendo beso, con lengua y todo, se desabotonó la blusa, delante de todos, ¿me entiendes?, allí, creo, estaba su marido, pero ella como si nada, me empezó a seducir, digo, empezó pero ya tenía rato de hacerlo, y yo igual, pero yo trataba de seducirlas a todas, ¿me entiendes?, es que lo mío era tocar mi guitarra, lo demás no era importante, ya te dije, me importó poco que mi mujer se hubiese largado furiosa, ni pensé que yo hubiese hecho algo que la ofendiera. Yo sólo estaba cantando, ¿me entiendes?, y si también estaba seduciendo a las mujeres que me rodeaban, pues, ¡bendito sea Dios!

Lo que pasó después, ¿te interesa? O.K., te lo cuento, pero también pasó sin que yo me diera mucha cuenta, ¿me entiendes?, terminé en la cama con la mujer de un amigo.

¿Que a qué cama?, cómo jodes con los detalles, yo qué sé a qué cama, pero a una cama, yo qué sé de quién, y allí me la cogí, una sola vez, porque ella insistía que le cantara algo, cualquier cosa, aun sin guitarra, cosa que yo hice, creo al menos, hasta que me aburrí de repetir mi repertorio y ella, finalmente cabrón, se me durmió, sin importarle mucho nada, mucho menos que dos cuerdas de mi guitarra estuviesen rotas por los zapatazos de mi mujer.

Las cosas de las guitarras cuando uno las quiere como yo quería la mía.

¿Que qué pasó después?, sencillamente que mi mujer me pidió el divorcio al día siguiente, y que yo sigo sin entender. A lo mejor tú sí entiendes. No te rías, hijueputa. Sigo sin entender por qué nunca nos divorciamos y ya ni me acuerdo qué argumentos le di, ni por qué para convencerla que todo tenía que ver con mi guitarra, mucho menos cómo nos reconciliamos.

¿Qué? ¿Ahora quieres que te cuente la última vez que canté con mi guitarra? Pues lo único memorable de esa vez, además de que fue la última, creo que ya lo sabes. ¿Que no lo sabes? Cierto, si para entonces ya te habían matado.
Bueno, pues te lo cuento sólo porque eres mi único hermano, y porque ya estás muerto.

Una de esas noches, cuando regresábamos a casa después de cantar mi repertorio, mi mujer con zapatos tacón bajo y yo con mi guitarra y sus cuerdas reparadas, cada cual hizo lo suyo, ¿cómo que qué hicimos? Esas cosas que hacen las parejas después de muchos años de vivir juntos, la rutina, cabrón: quitarse la ropa, lavarse los dientes, esas cosas, ¿me entiendes? No, no me entiendes porque moriste muy joven y nunca las viviste, ¡pero, carajo, alguien te las podría haber contado!

El caso es que ya nos habíamos medio dicho buenas noches, y yo estaba profundamente dormido cuando mi mujer me cortó las dos manos. ¿Que con qué? Pues con un cuchillo de cocina, de esos filosísimos.

¿Que si me dolió? En puta, hermano, en puta, pero sólo después, cuando me di cuenta. Ni me lo digas, ya lo sé hermanito, prefieres estar muerto que verme así. Te entiendo. Ya sé que no es fácil que tu hermano mayor se haya quedado sin manos por culpa de una guitarra y de una mujer. Sí, hombre, ya lo sé, no tienes que decírmelo, es mucho peor que estar muerto.

lunes, noviembre 21, 2005

Sobre Margarita está linda la mar




En 1998, el escritor y ex político nicaragüense Sergio Ramirez (1942) publicó "Margarita, está linda la mar", que recibió el Primer Premio Alfaguara de Novela.

Cito su página http://www.sergioramirez.org.ni/indexpremios.html:

...“Nunca hasta aquella novela Sergio Ramírez había salvado con tan excelentes resultados el siempre espinoso litigio narrativo entre la realidad y ficción. Se trataba ni más ni menos de no dejar que lo verdadero invadiera el territorio de la invención, que fagocitara su poder de persuación literaria. Esa idea es la que conviene retomar a la hora de juzgar su nueva novela.

"Pero a la vez también hay que valorar la distinción que el mismo autor nicaragüense hace entre historia y pasado. Tal vez el contenido argumental de `Margarita ...´ induzca a interpretar que estamos ante una novela de época, con personajes históricos, con anécdotas verificables, con paisaje social y político de inmediata identificación.

"Y, sin embargo, con tener todo ello, la novela de Sergio Ramírez se eleva sobre sus circunstancias históricas para proponerse como un excelente artefacto de encantamiento narrativo.

"Hace muy bien su autor en dejar deslindadas la bondad estética del uso del pasado, frente a la tentación documental de la historia. Para que el lector nos entienda, creo que Sergio Ramirez nos está diciendo que si miras demasiado a la historia cuando escribes una novela es posible que te salga un Walter Scott, si lo haces hacia el pasado te acercas a Proust.

"Nada hay en esta novela que nos recuerde la poética prousiana, pero sólo desde el narrador francés sabemos la verdadera mina narrativa en que puede convertirse el pasado. Mucho de su perfume y de su cualidad generadora de ficción hay en Margarita, está linda la mar.

"Sergio Ramírez arma su novela sobre dos soportes hitóricos: dos momentos concretos del poeta Rubén Darío y el compló que acaba con la vida del dictador Somoza en 1956. En el fondo, lo que hace Ramírez es representar la irreconciliable dualidad entre lírica y poder, llevada hasta sus extremos más dolorosos y esperpénticos.

"En el vértice de esta construcción está un narrador, el ficticio poeta y magnicida Rigoberto López Pérez, la voz que narra y suelda los dos niveles de la trama, dejando de tanto en tanto el resquicio para otra voz más distanciadora, mas ironizante, especie tímida de metanarrador. Con un inteligente criterio compositivo, Sergio Ramírez selecciona los instantes más metafóricos y trágicos de la existencia de Rubén Darío, y también los indicios más desoladores de la impotencia política, encarnados en la macabra saga de los Somoza.

"El de Sergio Ramírez no es el Darío victorioso de las gestas modernistas, sino el desilusionado, el que no percibe del Estado sus pagas de diplomático y al que se le extrae el cerebro para un sórdido propósito más mágico que científico. Margarita, está linda la mar, aún con todo su aire crepuscular y su empeño desmitificador no sacrifica el goce por su fluidez, por su lengua viva, por sus oportunas hipérboles. Pasado en invención, genuinos resortes de una novela para recordar". (FIN DE CITA)

Ante el éxito de su novela, mi abuela, Margarita Debayle de Pallais, que murió en Lima, Perú, a mediados de los años ochenta, en un sueño, me redactó la siguiente carta para Sergio Ramírez:

León Del Cielo
19 de Febrero de 1998

Excmo. Dr. Sergio Ramírez Mercado
Barrio Pancasán
Managua, D.N.
Nicaragua

Su excelencia Dr. Sergio Ramírez Mercado, ex-Vice-Presidente del Gobierno Sandinista y actual ganador del Premio Literario Alfaguara 1998:

Pues fíjese usted, estimado doctor (le digo doctor porque todavía recuerdo que se ganó ese ilustre título como abogado, pero debe reconocer que nunca será usted un verdadero doctor, es decir un médico, como lo fue en vida el Sabio Debayle, mi padre, que en paz descansa pero no ha dejado de inventar nuevas técnicas para ayudar a los que llegan por aquí con males de los que aún no se habían curado en vida), que hasta este rincón que yo inventé en el Cielo me llegó la noticia de su galardón, por el cual por supuesto lo felicito y espero lo ayude a salir de sus deudas (que también conocemos por estas nubes del Señor) y a vivir una vida llena de plenitud junto a su bellísima esposa y sus admirables hijos.

La noticia me llegó por uno de mis Angeles que me mantienen al tanto, en la medida de sus angélicas posibilidades, del acontecer de mi Nicaragua, donde desgraciadamente no me dejaron morir porque me llevaron primero a Miami, huyendo de los sandinistas a los que usted perteneció, y después a Lima, donde vivía mi hija María Lourdes.

Allí morí. Allí me enteré del cruel (sé que fue cruel, lo digo pero ya no lo siento, así somos en esta Viña del Señor, León del Cielo, que yo fundé por mayoría de votos-aquí también creemos en la democracia y esas cosas), asesinato de un muchacho tan sano y tan idealista como lo fue mi nieto Marcel.

Desde entonces, Dios dio una orden a dos Angeles, de lo mas militantes que tenemos, y ellos ponen a mi disposición toda la información que pueden sobre lo que acontece en mi Nicaragua.

Mucho de lo que me dicen sobre mi Nicaragua me confunde. No entiendo qué pasó con la famosa revolución sandinista, la que me estaba incluso empezando a entusiasmar (en la medida que todavía puedo entender lo que era el entusiasmo cuando estuve viva), a pesar del misterio que continua rodeando el asesinato de Marcel, mi nieto preferido. Lo posterior lo entiendo menos.

Pero nada de eso viene al caso ahora. Además, ¿qué se puede esperar de una vieja cuyo único “claim to fame” (aún no olvido algunas expresiones en inglés) fue ser la Musa de Rubén Darío desde que me escribió el poema “Margarita Está Linda la Mar”, cuando apenas tenía cinco años, hasta mi muerte por causas naturales, como dicen los médicos - que en realidad era una combinación de vejez y tristeza.

Pero su novela, que no he tenido por el momento la dicha de leer (ya me la traerán mis Angeles cuando se publique, ellos, benditos sean, saben que todo lo que se escribe sobre Mi Nicaragua me sigue interesando), me llena de alegría.

Sigue usted eternizando a Darío, y al poema que me escribió en la Isla del Cardón, donde mi padre -El Sabio Debayle- lo atendía sus problemas de alcoholismo y demás. Y eso me llena de orgullo.

Me dicen que al personaje de su novela que lleva mi nombre usted la asocia con el asesinato de mi cuñado, Anastasio Somoza García. No tengo los detalles pero quiero que sepa que entiendo aquello de la “licencia poética” y no me siento (así es ahora, aquí en León del Cielo, ya uno no siento nada, lo que es una dicha) del todo ofendida.

Además, recuerdo todavía lo que decía mi padre sobre la literatura, “En ella todo se vale”, y si su novela ganó ese famoso Premio, por algo será. Yo al menos, sigo creyendo en esas cosas y si se trata de un premio a una novela de un nicaragüense, más aún.

Si usted pudiera enviarme un ejemplar de la novela, aquí, a León del Cielo (no tenemos apartado postal) sería maravilloso para mí, y con una dedicatoria, mejor todavía. Pero conozco las reglas de la muerte, aunque estemos en León del Cielo, siempre somos muertos, y sé que eso no será posible.

Tendré que esperar que mis Angeles la consigan por los medios misteriosos para mí que ellos hacen esas cosas terrenales.

Mientras tanto, le hago llegar este mensaje porque Dios es grande para felicitarlo por recuperar algo de nuestra historia -aunque en su novela, según me dicen, hay mucho inventado por usted, como en toda novela, según recuerdo (como eso de que mi hermana y yo, por Dios y la Virgen del Perpetuo Socorro!, fuimos partícipes del asesinato de Tacho (me refiero a Anastasio Somoza García), cosas que solamente ustedes los escritores pueden y tienen todo el derecho - de inventar.

Pero le advierto que mis hijos no lo entenderán como yo lo entiendo, cosa que supongo a usted le importara poco. Pobrecitos, ellos todavía sienten. Sería bueno que usted les hiciera llegar este mensaje mío, para que no se sientan tan mal. Los muertos sabemos más por muertos, por sabios y por viejos! Y por eso sentimos poco, o casi nada, lo que, le repito, es una dicha del Señor.

No olvido que el poema “Margarita Está Linda La Mar” fue un invento poético de Darío! ¿Cómo puedo atreverme a no defender el suyo?, aún desde aquí, desde León del Cielo, que ojalá algún día usted y los suyos puedan visitar para recibirlos con bombos y platillos (también tenemos nacatamales de los de antes, aunque no saben igual...)

Lo concreto es que con su novela, al margen de lo que no sea estrictamente cierto -que está, no lo dudo, espléndidamente escrito-, usted ha logrado eternizarme, entre las Grandes Musas del Mundo. Y eso lo celebramos aquí hoy en León del Cielo con tres Via Crucis.

Dios lo bendiga y más le vale no meterse usted más en política, aunque le agradecería tratara de investigar quién demonios (disculpe pero sólo un demonio pudo haberlo hecho)asesinó a mi amadísimo nieto Marcel Pallais. Pero ese es otro tema.

Saludos atentos desde León del Cielo, a usted y a su familia.
Dios los bendiga y colme de felicidades terrenales y espirituales. Aquí los esperamos. No se olviden de León del Cielo y sus Angeles!

Margarita Debayle de Pallais, "Musa Dariana"


P.D. Incluyo el poema que Rubén me escribió el 20 de marzo de 1908, en la Bahía de Corinto, Isla del Cardón, Nicaragua:

A MARGARITA DEBAYLE

Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:

Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.

Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: —«¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
—«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».

Y el rey clama: —«¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».

Y ella dice: —«No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».

Y el papá dice enojado:
—«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: —«En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».

Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

* * *

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

jueves, noviembre 10, 2005

"Una llamarada de petate": El voto de los mexicanos en Estados Unidos

Carlos Olamendi, un mexicano que reside en Santa Ana, California desde hace décadas y ahora integra la Coalición por los Derechos Humanos de los mexicanos en el extranjero, asegura que la campaña del Instituto Federal Electoral (IFE) para promover el voto de sus paisanos es “una llamarada de petate.”

“No ha llegado donde como una barbacoa de Hidalgo los domingos, donde voy para mandar mi dinero a México, donde compro mi ropa, mi despensa, mis periódicos, a esos círculos donde nos reunimos los migrantes en Estados Unidos,” asegura el empresario.

“Sólo está en los consulados, donde el mexicano invariablemente prefiere no ir porque dice ´ahí va a ver cola y además tengo que pagar ocho dólares con 50 centavos para enviar mi registro, ¡ay cabrón!´,” agrega.

La ausencia del IFE en esos lugares durante esta primera etapa que culmina en diciembre indica que su campaña “es una llamarada de petate,” porque “no existe una difusión masiva en nuestras comunidades para que los mexicanos puedan votar en esta elección.”

El IFE debería tener en cuenta los gustos y las características de por lo menos el 10 por ciento de los 4.2 millones de mexicanos con credenciales de elector en Estados Unidos, en estos meses cruciales para registrarse e integrar un padrón electoral “sólido y fuerte.”

Pero el instituto electoral no está de brazos cruzados.

Acaba de contratar a Los Tigres del Norte, la popular banda musical que dio fama a una serie de canciones de arraigo popular, para que a través de conciertos en las principales plazas de Estados Unidos, se promueva el voto. La inversión será de 15 millones de pesos.

Además, propuso que las plataformas políticas de los diferentes partidos que participarán en los comicios del 2006 sean incluídas en los documentos que entregará a los mexicanos votantes en el extranjero y que se organicen debates transmitidos en Estados Unidos sobre migración.

“Son dos propuestas nuestras para apoyar en la toma de decisión del votante, ya que el IFE está consciente de que la misión no es sencilla y está trabajando contra el reloj,” dijo la vocera del organismo electoral, Pilar Alvarez Laso.

Para Olamendi, antes de que los mexicanos en Estados Unidos conozcan las plataformas políticas de los candidatos presidenciales para las elecciones del 2006, es imprescindible que el IFE “aumente el presupuesto que tiene hasta diciembre.”

“No debe de escatimarse ni un segundo, ni un momento, ni un centavo en la promoción del voto de los mexicanos para que puedan inscribirse en el padrón electoral”, afirma.

El presupuesto del IFE para promover la campaña de registro de votantes en el extranjero es de 400 millones de pesos hasta diciembre de este año. Pero la iniciativa aprobada para permitir el voto de los mexicanos en el extranjero incluye artículos transitorios que permiten al IFE solicitar más presupuesto para la misma.