sábado, octubre 23, 2004

La Antígona de Jean Anouilh



Antígona es la chica flaca que está sentada allí, callada. Piensa. Piensa que será Antígona dentro de un instante, que surgirá súbitamente de la flaca muchacha morena y reconcentrada a quién nadie tomaba en serio en la familia y que se erguirá sola frente al mundo, sola frente a Creón, su tío que es el rey. Piensa que va a morir, que es joven y que también a ella le habría gustado vivir. Pero no hay nada que hacer. Se llama Antígona y tendrá que desempeñar su papel hasta el fin.

Así lee el prólogo que, durante la ocupación alemana de Francia, escribió el dramaturgo francés Jean Anouilh (1910-1987) para su versión de Antígona, la hija de Edipo que invocó la validez de principios por encima de las leyes de los poderosos.
Quizá por contraste a las noticias que vemos en televisión y leemos en las diarios todos los días, ahora recuerdo esa leyenda griega que se convirtió para siempre en la consagración de una ley moral, inmutable y superior a cualquier moral social o política.
Son muchas, muchísimas, las versiones literarias y dramáticas posteriores a la de Sófocles sobre la joven Antígona, marcada por un destino trágico.
Pero mi preferida es la de Anouilh, donde el centro del problema se desplaza y gravita sobre la decisión condenatoria que dicta el rey Creón contra sus propios deseos. Antígona no duda: su papel es enterrar a su hermano Polínices, aunque sabe que su decisión la condenará a muerte por desacato.
La pequeña pero leal Antígona de Anouilh acepta su destino con resignación, con un amor profundo y entierra a su hermano: es lo que tiene que hacer, no como heroína sino como hermana. Sin duda hubiera preferido vivir, pero nunca a costa de ser mezquina y menos desleal a su sangre.
Al margen del contexto político en el Anouilh ubica su drama, la Antígona que dibuja es, primero que nada, una hermana, para quien la lealtad a ese vínculo filial es más poderoso que el miedo a morir.
Lo que este dramaturgo logra, con una habilidad deslumbrante, es una inversión de papeles. Antígona cumple su destino buscado y aceptado libremente: la única víctima de un destino que rechaza es precisamente Creón.
Como lo fue Melpómene para Hesiodo, Antígona lo es para Anouilh: la primera musa de la tragedia, y la más digna.

viernes, octubre 22, 2004

Salomé, rebelde del siglo XXI: Francisco Prieto

Pocas figuras en la historia han motivado a tantos artistas como la apasionada Salomé, una princesa idumea, mujer de gran belleza que bailó para su padrastro, Herodes Filipo, y a instancias de su madre le pidió la cabeza de Juan El Bautista en una bandeja de plata.
Desde Guillaume Apollinaire y Jean Cocteau en poesía, Richard Strauss y Wagner en música, Gustave Moreau y Klimt en pintura, y hasta Oscar Wilde, siendo éste el primero que le dio una carga de erotismo y la liberó de las ataduras religiosas.
Ahora, el creador y dramaturgo Francisco Prieto Echaso publicó Salomé o el amor de Dios (Editorial Jus), que es su propia versión del mito.
“Mi Salomé representa la rebelión de los jóvenes frente a un mundo de indiferencia, frialdad y crueldad de este siglo XXI, donde se quedaron sin utopía y además, la que existía era falsa”, expresó Prieto a Crónica.
Lector de Shakespeare, Unamuno, Pío Baroja, Graham Greene y Rosario Castellanos, Prieto escribe esta obra a la manera de la Antigona de Jean Anouilh: aunque ataviada con los ropajes del siglo I, Ia obra está escrita con un lenguaje moderno, como una gran metáfora del siglo XXI.
Salomé o el amor de Dios transcurre en la corte del rey Herodes, en las horas del banquete en que, a cambio de una danza, Salomé pide al tetrarca la cabeza de Juan El Bautista,
El eje central de esta obra, en la que aparece una Salomé dura, que confunde la ternura con la sexualidad y hasta la violencia, es de alguna manera el cruce entre la cultura del poder y la fe.
Así, Salomé se refiere a sí misma como alguien que está “seca”, y que es capaz de matar en seco, que ve cómo los demás sienten sin que ella sepa lo que es eso.
Sus actos —provocar al Bautista, perturbar a Herodes con su danza— nunca logran que para ella, a pesar de su inteligencia y poderío, las cosas adquieran algún sentido.
“Es que está ávida de ternura”, explicó Prieto, quien le agregó al conocido mito dos personajes: la esclava Raquel, que Salomé seduce primero y mata después, y el centurión Flavio, amante de Raquel.
A pesar de que el autor aconseja que la música de la famosa Danza de los siete velos sea, en caso de que la obra se llegue a producir, la de un compositor actual, Prieto asegura que se mantendrá al margen de las lecturas en atril a cargo de la directora Jenny Ostrotsky, quien hoy las inicia en el Teatro La Capilla del Centro Cultural Helénico.
“Un músico que sienta la obra sería lo ideal, si no está la sinfonía que escribió Strauss para Wilde,” reflexionó el también ensayista

miércoles, octubre 06, 2004

Gioconda y El pico del Colibrí

Gioconda Belli tiene la calidad de esos pájaros deslumbrantes que le quedan a uno grabados en la memoria para siempre. Una mata de pelo crespo, rojizo, del color fulminante de la lava que eruptan los volcanes cuando estallan; unos ojos pequeños, como dardos, embriagantes de chispa erótica, y una voz tímida de niña pidiendo perdón por ser tan mujer. Así existe ella en mi memoria.
Cuando leí su primer libro de poemas eróticos, Sobre la grama (1974), las descripciones líricas de su cuerpo y de sus instintos moviéndose con un empacho brutal, fueron demasiado ensordecedoras para mí.
Más tarde, Línea de fuego (1978), Truenos y arco iris (1982) y De la costilla de Eva (1987), su trazo poético, teñido por preocupaciones políticas y sociales, me conmovieron por la reflexión que acompañó esos textos sobre la condición de las mujeres en la sociedad.
Recientemente, cuando publicó El País Bajo Mi Piel, Memorias de amor y de Guerra, me enteré que para Gioconda el mundo era uno con ella en la pasión de la guerra y en la pasión del amor.
Esta obra revela a una mujer cálida, un tanto ingenua, pero comprometida: una madre revolucionaria que termina alejándose de aquellos líderes por los que arriesgó su vida. Gioconda se separó de los Sandinistas, pero no de su país, donde no reside de manera permanente, pero con el que mantiene una relación “bajo su piel”, en California.
Ahora, acaba de terminar El Pico del Colibrí (título de trabajo), una historia de un profesor que seduce a una joven contándole la historia de amor y celos de Juana La Loca y Felipe El Hermoso. “Desarrollan una relación extraña en que ambos juegan su papel más el de estos personajes y en la que él termina comportándose con ella como sus ancestros, los Marqueses de Denia, que mantuvieron a Juana prisionera, por órdenes de Fernando El Católico (su padre) y Carlos V (su hijo), desde los 29 hasta los 76 años en Tordesillas“.
La historia de Juana y de Lucía se mezclan y confunden. Como se mezclan la vida de Gioconda y su obra.

viernes, octubre 01, 2004

Yo he durado: Juan Carlos Onetti

En 1938, con motivo del ingreso de André Maurois a la Academia, una revista parisina le preguntó a Juan Carlos Onetti: ¿Cuál es el secreto de su éxito? En una oportunidad en la que otro hubiese dejado fluir largas páginas líricas, el ilustre escritor se limitó a contestar: “Muy simple. Yo he durado”.
Y todavía “le queda por delante la eternidad”, en opinión de Lichi, quien se confiesa lector y admirador del autor de Cuando ya no importe.
Sobre la escueta respuesta de Onetti a la revista parisina, el creador de Caracol Beach comenta a Crónica:
“Bellísima respuesta, propia de un genio. La genialidad no basta para ser un grande, pero no se puede ser un grande sin la genialidad”.
En efecto, fue esa genialidad que le permitió a Onetti (Montevideo, Uruguay, 1909-1994) fundar una literatura, una ciudad y una leyenda. La autenticidad de su escritura, pero también su desarraigo, la exploración del deseo y del fracaso, inauguraron una nueva cohesión literaria en las letras hispanoamericanas.
Encierro. La leyenda ubica a Onetti del lado de la noche, el alcohol y las mujeres, en una suerte de olimpo indiferente donde cultivó un rotundo desprecio hacia las formas domésticas de la sensibilidad.
Al respecto, Lichi comenta: “Estar del lado de la noche, el alcohol y las mujeres es también estar a favor de la vida —al menos de esa parte importantísima de la vida que hace las veces de vestíbulo de la muerte: morir de noche, con copas y por amor parece una estupenda despedida. Una despedida de caballero, con sombrerazo”.
Pero, alega el escritor de Informe contra mí mismo, “todo se complica cuando uno piensa que Onetti no era un romántico sino un escéptico, un ardoroso descreído. Tengo la impresión de que el viejo maestro había nacido en una fecha equivocada y también en un continente equivocado”.
Durante los últimos años de su vida y en particular durante su exilio en Madrid, en 1975, Onetti habitó el mundo de sus ficciones, destino final de un recorrido que lo llevó a ingresar en su propia obra como un personaje más, sin artificios literarios.
Lichi de nuevo: “Estoy totalmente de acuerdo, pero sospecho que Onetti no aprobaría esa tesis porque implica una voluntad de trascendencia que él nunca tuvo”.
Y reflexiona: “Onetti acabó siendo un personaje suyo, de acuerdo; sin embargo, lo que más me impresiona es que también terminó siendo su propio escritor, o dicho de otro modo: acabó siendo palabras, letras, su propio nombre”.
Pero un escritor rodeado de misterio. Su reclusión voluntaria en una cama, su hosquedad, su falta de compromisos con el mundo literario, contribuyeron a alimentar ese velo que lo rodeó toda su vida.
Desde que inició su carrera como escritor vivió fuera de este mundo, con el sueño cambiado, recluído en sus fantasías y llevando la misma vida que sus personajes. Algo semejante a su vida como exiliado de Uruguay, pero exiliado de todo y de todos.
El ríoplatense vivió en Santa María, Montevideo y Buenos Aires; para morir en una clínica de Madrid el 30 de Mayo de 1994, ciudad en la que pasó los últimos 19 años de su vida, enclaustrado los diez finales, sin salir prácticamente de su cama.
En 1993, la editorial Alfaguara publica la que será su última novela, Cuando ya no importe, que hará las veces de testamento literario. El texto revela soledad, hastío, frustración y pérdida de la fe.
TARDÍO. Onetti tardó bastante en llegar a ser Onetti; a convertirse en ese nombre que cubre una obra variada y dispersa pero de gran coherencia temática y estilística. Su primer libro, El pozo, se publica en 1939, cuando tenía 30 años.
En la década siguiente salen tres novelas más (Tierra de nadie, 1941; Para esta noche, 1943; La vida breve, 1950) y nueve textos breves, algunos de los cuales son realmente cuentos, otros apenas capítulos de novelas abandonadas, o páginas que en la revisión final de las publicadas fueron excluidas por el autor.
Onetti no sólo tardó en descubrir a Onetti; también hizo todo lo posible para que las etapas (sin duda difíciles) de ese descubrimiento quedaran obliteradas.
Lichi continúa sus reflexiones sobre Onetti:
“Toda dislocación temporal o espacial se paga con la amargura o la indiferencia. En todo caso, lo biográfico no sostiene su monumental obra literaria sino todo lo contrario: sobre el colchón de sus libros, duerme Onetti con absoluta, majestuosa, indiferencia.”
Y concluye que su legado es “el mar, las contaminaciones del alma, la soledad. La vida es un astillero o un pozo”, y cuando lo lee “encuentra a un hombre que se llama Montevideo”.

Frases célebres del autor
* Sinceridad
Lo más importante que tengo sobre mis libros es una sensación de sinceridad. De haber sido siempre Onetti. De no haber usado nunca ningún truco, como hacen los porteños, o hacían cuando había plata y se lustraban los zapatos dos veces al día. (A Juan Gelman)

* Montevideo
En los últimos tiempos sueño mucho, y casi exclusivamente con Montevideo y con personajes montevideanos, gente y lugares: bares donde tenía reuniones con damas, calles. Y tengo la ventaja de que a los pocos segundos de despertarme, el sueño se borra aunque me quede el recuerdo de que sí, soñé. Sí, tengo más sueños de Montevideo que de Buenos Aires. Ahora, claro, la última etapa de vida fue Montevideo, ¿no? (A Jorge Ruffinelli)

* Etapas
Hubo sí, una época en que intentamos, con impía insistencia, escribir cuentos y novelas. En la primera etapa de aquel tiempo adoptamos una posición, un estado de espíritu que se resumía en la frase o lema: aquél que no entienda es un idiota. Años después, una forma de serenidad —que tal vez pueda llamarse decadencia— nos obligó a modificar la fe, el lema que sintetiza: aquél que no logre hacerse entender es un idiota. (Reflexiones literarias)

* Indiferencia
A mis personajes se les podría calificar de existencialistas antes de Sartre. Mucha gente piensa , o lo dice, que yo soy una buena persona, un buen tipo. Y en realidad, lo que soy es un indiferente. Yo no puedo, por ejemplo, hacerle daño a alguien, porque no me interesa. No puedo tratar de trepar con los codos, porque no me interesa. ( A Magela Prego)

* Conclusión
Mi literatura es una literatura de bondad. El que no le ve es un burro. (A María Esther Gilio)


Donna Tartt sorprende al mundo con segunda obra

Cuando la desconocida Donna Tartt publicó su primera novela, El Secreto (Plaza & Janes, 1993), la escritora salió del anonimato para ubicarse en la nómina de los clásicos contemporáneos. Pero los críticos, maravillados ante esta suerte de milagro literario, vaticinaron que se trataba de una obra primeriza y solitaria; que la autora pasaría a la historia por esa única magnífica novela. No podría, argumentaban, superar la calidad de ese su primer intento literario.
Tras el éxito indiscutible de aquella primera propuesta, transcurrieron 10 años de silencio, lo que parecía dar la razón a quienes habían afirmado que El Secreto sería su única obra.
Pero Donna, esa diminuta mujer nacida en 1963 en Greenwood, Misisipi, capaz de citar de memoria a Santo Tomás, Platón, Buda, Dante, Proust, Poe, Salinger y a su mayor ídolo, T. S. Eliot, volvió a sorprender al mundo.
El año pasado, publicó en Estados Unidos Un juego de niños, que se convirtió en otro acontecimiento literario de primera magnitud y por supuesto en otro best-seller. De manera reciente, Areté-Mondadori puso a disposición del mercado iberoamericano la versión en español, y después de dos meses de venta, algunas librerías en México la ubican entre los 15 libros más vendidos del año.
Un juego de niños retrata un mundo a través de los ojos infantiles, en una atmósfera de misterio recreada por autores como Mark Twain, Robert Stevenson y Herman Melville, con los que la crítica, ahora como en 1993, vincula a la escritora sureña.
La acción de Un juego de niños comienza con un crimen: Robin, de nueve años, es hallado muerto, colgado de un árbol en el jardín de una finca de Misisipi, suceso que destrozará la vida de la familia Cleve y que obsesionará a Harriet, su hermana de 12 años. La niña bucea, escarba, desde un presente lleno de dolor, silencio y locura, en el oscuro y acallado pasado familiar con un único objetivo: descubrir al asesino de su hermano una década atrás.
A partir de ese arranque, Donna Tartt logra mantenernos sin aliento hasta el final. La historia despega en forma de thriller y acaba convirtiéndose en el preciso y fértil retrato de una familia y de toda una época.
A través del inconformismo de su protagonista agitadora, Donna pone en evidencia la hipocresía y el muchas veces absurdo comportamiento de los adultos, sometidos a reglas incomprensibles.
Para Eve Gil, una escritora mexicana y admiradora de Donna, la fortaleza de la autora es “su sangre fría para describir personajes y situaciones, lo cual no hay que confundir con ausencia de pasión. Yo diría más bien que dosifica magistralmente su desbordada pasión”.
Para otros, es “la hacedora de un milagro literario”. Así la describió Alicia Ramírez, editora del FNAC, consorcio de librerías y principal distribuidor de libros en Europa. “Pocas veces sucede, pero cuando se produce, se agradece,” escribió de manera reciente.
“Tartt, con una prosa exquisita, nos va presentando una historia inolvidable, en realidad son muchas las historias, llenas de personajes soberbios”, agregó la especialista.
Donna Tartt, una voraz lectora que domina el latín, el griego y el francés, ha dicho que el sexo no aparece ni aparecerá en sus libros. Para ella, el sexo y las palabras se excluyen el uno al otro.
No así la doble moral de la sociedad estadunidense, que la autora aborda sin tapujos en Un juego de niños, que no será, sin duda, su última novela.



Cuando le cae a uno bien el autor que entrevista...

Muchos le han jurado que el Hotel Balmori, título de su más reciente novela, (Joaquín Mortiz-Planeta) existe y está en el centro de la ciudad de México. Pero Francisco Pérez Arce asegura que “si existe, no tiene teléfono“.
En todo caso, para el autor es un hotel ficticio. “Probablemente me inspiré en un cine, el Balmori, de la Colonia Roma, que existía en mi infancia. Además, Balmori es un nombre muy sonoro, por eso me gustó,” explica a Crónica a propósito de este libro en el que recrea momentos cruciales del último tercio del siglo XX mexicano a través de la historia de Alicia, La China, el personaje en torno al cual gira la trama.
La China es una mujer que busca el pasado de su padrastro y encuentra historias insospechadas con sabor a guerra sucia: la masacre de una familia campesina en Morelos, dos sobrevivientes, la guerrilla de los setenta, un militar arrepentido y un desenlace insólito en el Balmori, un famoso hotel capitalino.
¿Qué significa la literatura para el autor de esta novela con un trasfondo político evidente? “Difícil pregunta... Creo que es la manera de actuar libremente, moverte en un territorio conocido sin ataduras con la realidad“.
En una suerte de paradoja, lo que busca La China es casualmente lo que autor quiere olvidar: ataduras con la realidad. La joven de 18 años está sola en el mundo, sin familia ni pasado, salvo un joven estudiante de filosofía que se convierte en su novio y compañero de aventuras.
“Es un personaje entrañable... una adolescente aniñada que ha perdido todo, que necesita raíces y quiere conocer su historia”, comenta Francisco Pérez Arce.
Un episodio inesperado la lleva a investigar el pasado de su padrastro, que acaba de morir, y en sus investigaciones, encuentra el trasfondo de la novela: además de la masacre de campesinos cometida por el ejército, dos sobrevivientes que logran huir, nexos con la guerrilla de los setenta y un militar arrepentido; todos protagonistas que viven momentos políticamente cruciales del último tercio del siglo pasado.
Esta novela de trasfondo político, urdida audazmente, de personajes bien construidos y lenguaje vivo, es también la historia de una mujer “de su empeño por recuperar la memoria que no es de ella sola sino de todos“, dice el autor.
¿Y por qué una mujer? “Para tomar distancia... uno puede caer fácilmente en la tentación de la autobiografía, y en efecto, uno cae, como en momentos me pasa a mí en esta novela, pero quería que la protagonista fuera una mujer para no terminar siendo yo”.
La novela le surgió, cuenta, “de una anécdota, así como surgen a veces las novelas. No tenía interés de escribir una novela histórica y de hecho, no lo es. Es totalmente ficción: la atmósfera, el andamiable, sólo el trasfondo proviene de la realidad...”
Está narrada en dos tiempos y en dos planos: inicia en 2000 y concluye en el 1984 “porque la novela es una investigación sobre el pasado: arranca de una hebra —el cuaderno que le entrega un desconocido a La China en el metro— que conecta ese presente con un acontecimiento 30 años atrás: la masacre campesina en el México de 1973“, explica el autor.
Pero si el trasfondo es la llamada “guerra sucia“, el tema central es la memoria, lo que el autor confirma:
“La memoria en el sentido que la necesidad de La China es que la memoria le dé trascendidad; una muchacha de 18 años no se pregunta su pasado pero si pierde todo eso y además en un accidente encuentra su padrastro, pues eso se convierte en algo vital”.
Finalmente, Francisco Pérez Arce, que además de Hotel Balmori, es autor de La Blanca (1987), Dios nunca muere (1992) y El Día de la Virgen (1994), promete que su próxima novela será simplemente una novela de amor...

La soledad, la maldita soledad....en el Distrito Federal

Cada día aumenta el número de hombres y mujeres que acude a los centros comerciales enormes e impersonales, ávidos, no necesariamente de llenar el carrito de compras, sino de comunicarse con alguien.
Y esos establecimientos, conscientes de este nuevo fenómeno, ya empezaron a organizar actividades para captar la atención de esas “almas solitarias” que los invaden todos los días.
“Si no lo hacemos nosotros, la competencia lo hará sin duda”, confiesa a Crónica Omar López, vicegerente de una de esas cadenas comerciales en la Ciudad de México.
“La tendencia es atender a ese tipo de gente y ver qué productos y qué servicios se le puede ofrecer”, agrega.
La Comercial Mexicana en Patriotismo, por ejemplo, ya ha creado espacios para estas almas solitarias.
Un grupo de mujeres de clase media, por ejemplo, se reúne todos los jueves en las mañanas en uno de esos centros en un taller para aprender a tejer. Pero no todas acuden para eso.
Algunas, como Irma de Groth, una ama de casa de unos 60 años, confiesa:
“Yo realmente vengo para entretenerme, para tener una terapia. Primero vine a tejer pero ahora que hicimos un grupo muy bonito, ni tejo. ¡Vengo a platicar!”
Es cierto que no es una gran novedad la noción de que las mujeres, cuando se sienten solas o deprimidas, salgan a comprar, a caminar, a pasar el tiempo, visitando los centros comerciales. Pero ahora también lo hacen los hombres.
Entre las siete y las once de la noche “nos visitan hombres que llamamos `oficinistas solitarios´, bien vestidos, de entre 20 y 60 años, que vienen a buscar un encuentro social, un rato agradable, porque se sienten solos”, dice Omar.
“Es obvio que no vienen a comprar sino a buscar un acercamiento con la sociedad y se la pasan horas en la sección de revistas, hojeando libros”, afirma.
Para acoger a estos clientes que no llegan solamente a comprar, algunos supermercados capitalinos están considerando opciones para todos los gustos: talleres de lectura, clases de aerobics, conferencias de académicos, presentaciones de artistas y hasta obras de teatro.
Al parecer, los supermercados están desplazando a los bares y las discotecas como lugares donde podría surgir la posibilidad de un encuentro amistoso, e incluso amoroso.
“Si vas a la Comercial Mexicana de San Jerónimo a las diez de la noche, puedes ligar. Hay una cantidad impresionante de hombres solos haciendo el súper”, cuenta a Crónica la sicóloga Claudia Amador.
Por lo general, son individuos inmersos en su “sub-mundo”, incapaces de establecer relaciones duraderas, que entran a los centros comerciales en búsqueda de situaciones nuevas, placenteras, efímeras quizá, con personas anónimas con las que se cruzan y fantasean sobre acontecimientos imaginarios.
Todo es producto de la “despersonalización”, de la “descomposición” de la sociedad hoy en día, “cuando nos comunicamos por celulares, por internet, pero poco nos abrazamos”, sentencia la doctora Amador.
El fenómeno, que ha surgido en la última década en las grandes urbes, no solamente es una realidad del mercado, sino también de la sociedad globalizada.
“Con demasiada frecuencia, uno ahora ve gente sola que ya no quiere rehacer su vida de pareja, o si quiere, cree que no hay con quién”, en opinión de la doctora Amador, quien ejerce su profesión de sicóloga en un hospital del IMSS y en su consultorio privado.
Para ella, el encuentro de las `almas solitarias´ en los centros comerciales se da por la “terrible necesidad de encontrar pareja” entre hombres y mujeres que “desesperados”, terminan agarrándose “de un clavo ardiendo”, aunque sea el que les ofrece el súper “entre las lechugas”.
¿Por qué en los supermercados?, le preguntamos.
“Es que mal de muchos, consuelo de todos... Estamos tan solos todos, pero en esos centros comerciales enormes, nos sentimos a salvo y acompañados”.
En efecto, la soledad, la necesidad de comunicarnos, “aunque sea con el vecino de las lechugas” va in crescendo, y en los grandes supermercados la gente puede hacerlo con tranquilidad, sin presiones sociales.
“Oye ¿este jamón estará bueno? ¡qué caros están ahora los melones!, cosas así, cualquier trivialidad, con tal de entablar una comunicación, pero son relaciones que en general no duran después de hacer el súper”.
Es un hecho innegable que las parejas se divorcian con mucho más frecuencia ahora por razones que en otras épocas eran triviales. “Es que tú dejas la pasta de dientes destapada y eso yo no lo aguanto”, por ejemplo.
Para la doctora. Amador, la gran culpable es la tecnología que ha reemplazado la comunicación individual para convertirla en un asunto impersonal.
Es más fácil relacionarse de manera mecánica, sin compromiso, como lo hacemos con la computadora, ante la que vivimos muchos alrededor de unas 10 horas diarias. Esa “no te dice buenos días, no contesta, ni te dan ganas de abrazarla”, y es con sus teclas con las que tenemos nuestra relación más íntima.
Para las almas `solitarias´, especialmente los hombres, es menos duro enfrentarse a su realidad en los supermercados porque ahí van con el supuesto propósito de comprar y aunque lo hagan solos, no es tan obvio que buscan compañía. “Están como en las caballerizas”.
Pero “esos contactos superficiales en los centros comerciales ponen en evidencia tu gran soledad ante ti mismo”.
El México de otras épocas era un país de gente amable, contenta. “Si tú llegabas a un restaurante, por ejemplo, te recibían con buenas tardes, ¿qué se le ofrece? Ya no. Hoy, eres un número más”.
Y es que ahora más que nunca antes, como escribió Rabindranath Tagore, “el hombre se adentra en la multitud para ahogar el clamor de su propio silencio”.

Los niños también están solos
La doctora Amador opina que los niños y los adolescentes también viven más solos hoy en día.
“Estamos formando niños que aprenden a estar solos, porque hay una cantidad de hogares mono-parentales. La maternidad ya no es obligatoria”.
Las mujeres se van a trabajar y dejan a sus hijos solos o en la guardería. Además, “las parejas prefieren tener un solo hijo. El niño crece solo. No aprende a compartir. Tiene poco contacto con los afectos”.
En los centros comerciales, entonces, “los adolescentes se reúnen a platicar, a ligar, pero sin compromiso”.

Centros para la tercera edad
“En sus casas están solos o estorban y necesitan encontrar lugares para contactar, para chorchar con alguien contemporáneo”, dice la doctora Amador, y agrega el problema de la falta de contacto físico entre la gente. “Porque ya la gente no se toca, no se abraza”.
Hay algunos lugares, como La Nueva Cuba, en el centro de la Ciudad de México, donde la gente mayor va sola nada más a bailar.”
“¡Que maravilla! Por lo menos se tocan... Y el baile es una de las formas más tradicionales de cortejo”.

"Entablé una lucha amistosa con el dolor”, dice la valiente María Luisa Puga



Por María Lourdes Pallais

De María Luisa Puga se ha dicho que “no vive la vida, la escribe”. La frase la define como un retrato a mano alzada: su vida ha transcurrido mediante la prosa inventiva y puntual.

No es entonces sorprendente que durante los momentos más intensos de la artritis reumatoide que le diagnosticaron hace varios años, haya creado Dolor, personaje con el que entabló “una lucha amistosa” que le permitió una mejor calidad de vida.

La autora (Ciudad de México 1944) empezó escribiendo Diario del Dolor (Alfaguara 2004) “para desahogarme” hasta que “se empezó a crear la presencia del dolor como algo que estaba siempre ahí conmigo. Me dije si yo estoy acorralada aquí con él, pues él igual conmigo. No se va a poder ir”, contó en entrevista con Crónica en el lobby de un hotel capitalino mientras fumaba como chimenea y saboreaba un jugo de naranja.

“Tú estarás haciendo lo tuyo, pero como yo también te estoy escribiendo, pues yo estoy haciendo lo mío. En ese momento fue que dolor adquirió la D mayúscula”, explicó la autora de Inventar Ciudades.

Así, Dolor se instaló en el cuerpo de la autora que se transformó en “el cuerpo del dolor”.

Sin embargo, haber establecido una relación tan “cálida” con Dolor, le permitía a María Luisa Puga que éste se fuera, quién sabe dónde, de vez en cuando. Por ejemplo, en el apartado 78, titulado No quisiste venir esta vez, Dolor, la autora escribe que durante un viaje de vacaciones a Durango, no la acompañó; es decir, no sufrió. ”Quizá te desanimaste porque no veníamos en avión y ya no había tanta novedad”, escribe María Luisa.

En la portada del CD que acompaña su novela, la autora escribe a mano: “Había que tenerlo en la mira todo el tiempo, más para conocerlo que para vigilarlo. Merodearlo, como él hace con nosotros; crear una familiaridad. No es fácil. Su presencia es extraña: repelente, antagónica; indiferente. Pero acaba por entrar en la costumbre (...)

Con Diario del dolor, sin amargura alguna y con mucho sentido del humor, Puga da voz a una mujer anclada por la artritis en una silla de ruedas. La protagonista y su alter ego, Dolor, dialogan, se enojan, se respetan, comparten desengano, los malestares de la enfermedad; una y otro se escuchan mutuamente.

A la manera de Julio Cortázar, el personaje principal se da a la tarea de proponer instrucciones para sobreponérsele. Le encuentra formas y espacios nuevos y no renuncia a su presencia diaria.

El libro, que incluye una versión en CD leída por la autora, un texto de su doctor, Gabriel Herrejón Cervantes, y otro de su esposo, Isaac Levin, está subdividido en 100 pequeños apartados que transforman la palabra en un exorcismo del dolor.

Como escribir sobre el dolor y convertirlo en personaje la ayudó a deshacerse de él, ahora “Dolor sí salió de mi escritura pero llegó su primo, con un doctorado del extranjero, y es el dolor de las terapias y ese me cae mal”.

Porque ahora María Luisa, que camina con bastón y con ayuda de una andadera después de dos delicadas operaciones, está en otra etapa de su enfermedad que la ha obligado a someterse a una rutina exhaustiva de terapia física para recuperar el movimiento de sus caderas y sus piernas.

Como ella siempre ha dicho, mientras pueda escribir, puede seguir viviendo, por lo que su próxima novela, Contracturas, aborda su situación física en una suerte de metáfora sobre la política del país.

Una nota periodística que escribí a principios de este año en un coloquio sobre El Gran Cronopio, Julio Cortázar

Antes de participar en el séptimo y último foro del Coloquio Julio Cortázar revisitado: nuevas lecturas, Carlos Monsiváis, Sergio Ramírez y Alain Sicard, por separado, aseguraron a Crónica que no harían referencia directa a la relación entre el autor de La Casa Tomada y la revolución cubana. Pero ayer no tuvieron más remedio que hacerlo.
Primero Sergio Ramírez, para quien Cuba es “una revolución que ya tiene más de 50 años”, recordó que las propuestas políticas de Cortázar, primero hacia la isla caribeña y después hacia la Nicaragua sandinista, “casi nunca estuvieron contenidas en sus escritos literarios”.
Con ello, la gran enseñanza que dejó el autor del relato No se culpe a nadie, fue “ese viaje en el filo de la navaja, cuando el escritor que se compromete puede hasta comprometer su propia vida, pero nunca su propia escritura”, agregó el ex vicepresidente nicaragüense.
Al recibir la Orden Rubén Darío en 1982, recordó Ramírez, Cortázar dijo que “la libertad de escribir era como la de los pájaros que vuelan largas distancias en perfecta formación”.
Y agregó: “A Julio le tocó vivir los primeros años de la revolución en que los sueños aún no daban paso a ninguna pesadilla (...) si de algo estoy seguro es que encontró la apertura, la libertad de conducta, la improvisación, el desenfado” que Cuba carecía.
Era entonces Cortázar el autor preferido de los revolucionarios clandestinos, porque “planteaba las maneras de no ser frente a las descaradas maneras de ser que ofrecían sociedades de América Latina donde no bastaría abolir las injusticias, sino buscar nuevas formas de conducta personal”, según Ramírez Mercado.
Por su parte, la ponencia de Carlos Monsiváis, que siguió a la del autor de Margarita está linda la mar, recordó el apego de Cortázar a “la gran tradición de la paradoja”.
Por un lado, el gran cronopio fue un escritor comprometido, aunque su “activismo político no transmite su obra en prédica”, y por el otro, fue un autor “enormemente sofisticado que localiza lo que considera los significados de la revolución cubana”.
Recordó la primera gran fisura del vínculo entre Cortázar y Cuba, cuando firmó un manifiesto que exigía la libertad del poeta cubano Heberto Castillo, acusado de cometer “actos contrarrevolucionarios”.
Siempre paradójico, Cortázar luego escribió un texto “agresivo” (...), “una suerte de poema, Policrítica a la obra de los Chacales, en donde ratifica su incondicionalidad al régimen de Fidel Castro”, afirmó Monsiváis.
“Hasta el final, Cortázar es fiel a su primer impulso que amplía con lealtades sucesivas a la lucha antiimperialista (...) a la revolución sandinista y a la causa de los derechos humanos en Argentina”, agregó.
Citó el escritor mexicano también al Cortázar de Rayuela para enfatizar su “sentido del humor desde la solidaridad: Yo siento que mi salvación tiene que ser también la salvación de todos, hasta el último de los hombres”.
Al afirmar que el autor de Historias de Cronopios y famas “reflexiona de modo constante sobre el sentido de su obra”, Monsiváis recordó que terminó eligiendo combinar —como lo ilustra por ejemplo El Libro de Manuel—, “un tono intensamente comprometido con un
tono desenfadado”.

El Cronopio Mayor, un gigante de ojos tristes: Sicard
Alain Sicard, quien cerró este foro ayer, recordó “la historia de amor entre Julio y Cuba”. Antes, como “epígrafe” a su intervención sobre su versión del pensamiento político de Cortázar, contó la impresión que le dejó Cortázar la última vez que lo vio en Poitier, el pueblo natal del catedrático francés especialista en la poesía de Neruda: “Es el recuerdo de aquel gigante con unos ojos muy tristes, pero una sonrisa maravillosa”.
Y continuó: “Cada generación tiene su propio acontecimiento catalizador de su conciencia política. Para Neruda fue la guerra de España; para Julio Cortázar fue la revolución cubana”.
Luego citó unos párrafos del poema Policrítica: “Les hablo a todos mis hermanos pero miro hacia Cuba / No sé de otra manera mejor para abarcar la América Latina...”.
Paradójico como era el autor de una laberíntica obra que quizá nunca concluyó, su americanismo nació “lejos de América”, pero fue siempre su gran preocupación política, recordó Ricard, quien también habló sobre el desprecio del escritor argentino hacia los nacionalistas (“mi patria es otra cosa, nacionalista infeliz / me sueno los mocos con tu bandera de pacotilla”).
La visión del trío de ponentes sobre el pensamiento político de Cortázar tuvo varias coincidencias: Cortázar era paradójico, solidario y, como concluyó Sicard, siempre intentó “llegar a la revolución desde su práctica que incluía un alto grado de irracionalidad” y “nunca renunció a los juegos de la imaginación”.