jueves, septiembre 30, 2004

''La razón es femenina; los sentimientos, masculinos''



( Ma. Lourdes Pallais en Guadalajara )
( 2004-09-26 )

“Hay que recordar que los sentimientos y el corazón, que definen a la mujer, son masculinos; y que la cabeza y la razón, que definen al hombre, son femeninos”, dijo el historiador José Bru, uno de tres ponentes de la última mesa del Encuentro de Escritoras Inés Arredondo en el Museo Regional de Jalisco. Ayer, en la tercera y última jornada del cónclave en la capital tapatía, la primera mesa de escritores varones fue el plato fuerte del día —que se perdieron más de la mitad de los participantes que salieron muy temprano a la Casa de Cultura de Tonalá para concluir allí sus lecturas, charlas y presentaciones—. Las ponencias de los escritores Dante Medina y Jorge Souza, y la del historiador José Bru, en palabras de la organizadora de la reunión, Laura Hernández Muñoz, resumieron uno de los objetivos del encuentro: polemizar sobre “la crítica de y para la obra escrita por mujeres”. Bru pidió “no poner género a quien escribe”; Medina comentó “nada más interesante que leer cómo se ven las mujeres en su intimidad” y Souza, de manera menos irónica y más formal, disertó sobre José María Vigil y Agustín Rivera, dos mexicanos defensores de los derechos de las mujeres y los indígenas en el siglo XIX. La respuesta del público, compuesto por unas 20 mujeres y dos hombres, fue iniciar lo que en dos días de reuniones no se había dado: una ráfaga de preguntas a los ponentes que convirtieron la mañana de ayer en una entretenida e interesante polémica. Carmen Vega, por ejemplo, una autora y catedrática de termodinámica en la Universidad de Puerto Rico, insistió que sí existe una diferencia en todo lo que hace el hombre y la mujer, y lo ejemplificó con la siguiente anécdota. “Dos estudiantes, un joven y una joven, hicieron el mismo ejercicio: midieron la corriente termodinámica de organismos vivos. Ambos lo hicieron todo igual, salvo que la joven esperó un segundito porque me dijo que le daba pena que las bacterias se murieran electrocutadas.” Todos estallaron a reír, mientas Carmen intentaba explicar: “es que la mujer le pone una gota más de sentimiento a todo lo que hace y si yo no me hubiera tomado el trabajo de preguntar, no hubiera entendido porqué los resultados de ambos ejercicios fueron tan diferentes”. Tras la afirmación de Dante Medina que era importante reconocer que “las mujeres, por razones de educación y cuotas de poder” habían llegado “tarde” a la literatura, la escritora y conferencista Eve Gil ripostó: “No es cierto. La primera mujer que escribió fue Eukhaddiana, en el año 2200 aC, en arcilla, y la primera mujer que escribió una novela fue una japonesa en el año 1010”. Medina agradeció el dato, que confesó, desconocía. Gil agregó otro, que en realidad era una pregunta cuya respuesta quedó en el tintero: “¿Por qué pocos en América Latina conocen a la escritora Carson McCullers y todos conocen a William Faulkner, aunque ambos fueron igualmente acogidos por la crítica e igualmente exitosos en su época?” Hubo un momentáneo silencio que una mujer que no se identificó trató de llenar diciendo, con voz suave y melodiosa, “estos pleitos no sirven de nada…”. Tomó entonces el micrófono María Vilalta, una novelista argentina que participó en el encuentro como ponente, para recordar que el meollo del problema de la difusión de la obra de mujeres, y hombres, era la industria editorial y el “comercio feroz que no tiene nada que ver con los géneros”. Nadie estuvo en desacuerdo, por supuesto. Para finalizar la corta pero dinámica discusión, volvió a tomar el micrófono la puertorriqueña para señalar que “la realidad es que estamos ante un siglo de uniformidad, donde ya no se les regala a los niños un soldado y a las niñas una muñeca, sino a ambos una computadora”. Hoy concluye el encuentro que, según adelantó Laura Hernández a Crónica, tendrá su séptima edición en la Universidad de Vigo, España, el próximo año, anuncio que se hará esta tarde en la clausura del evento.

Las letras no tienen género

Las letras no tienen género: Laura Hernández Muñoz
( M. Lourdes Pallais en Guadalajara )
( 2004-09-24 )

“Aquí no hay géneros; hay palabras, porque las letras no tienen género,” sentenció la poeta tapatía Laura Hernández Muñoz al dar el campanazo de inicio a la primera jornada de conferencias y ponencias del VI Encuentro Internacional de Escritoras Inés Arredondo 2004, que sesiona en el Museo Regional del estado de Jalisco, desde ayer y hasta el próximo domingo. Más de 150 mujeres escritoras, académicas e investigadoras de México, Chile, Perú, Puerto Rico, Uruguay, España y Colombia —y por primera vez una docena de sus pares varones—, se dieron cita por sexta ocasión para “rescatar la tradición oral, dar voz al que ha quedado mudo y mostrar al mundo nuestra riqueza ancestral” en contra de la “ofensiva de la mediocridad avalada por la mediocridad de la mercadotecnia”, en palabras de Hernández Muñoz, organizadora del evento. Nubia Macías, directora de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), al hablar desde el presidium antes de la primera conferencia magistral dictada por la autora española Ana María Navales (Premio Letras de Aragón), dijo que el propósito de esta cita literaria era “que las escritoras fueran publicadas y leídas”. En plática con Crónica, la funcionaria de la FIL comentó que “la gran ambición (de la cita literaria) es promover que la obra de las participantes sea difundida y traducida a otros idiomas”. Por su parte, la poeta puertorriqueña Maireyn Cruz-Bernal, quien organizó el mismo encuentro el año pasado en San Juan de Puerto Rico, leyó las primeras estrofas de uno de sus poemas: “Te levantas mujer/ por debajo de tu falda/ tocas tu sexo oloroso y limpio/ como una isla/ que por debajo del mar/ abraza al mundo/”. Luego definió a las participantes, ella incluída —que buscan ser “escritoras y no mujeres que escriben” y casi todas han sido publicadas en sus países de origen— como “unas alucinadas recorriendo pasillos en las noches más terribles de nuestras vidas, acunándonos en instantes con letras que nos llegan de lejos por e-mail, de alguna con quien nos escribimos y que también se salva en su noche, en su pasillo, en su país”. En el auditorio del museo, en el corazón del Centro Histórico tapatío, donde se reunieron ayer para escuchar la primera conferencia magistral de Navales, las creadoras no paraban de moverse, tomarse fotos, abrazarse unas a otras, compartir sus obras e intercambiar direcciones. Todo así hasta que se instaló en el presidium la autora de Cuentos de Bloomsbury, tras las huellas de Virginia Woolf, e inició su charla, que versó sobre la influencia de la novelista británica en su obra. “Mi obsesión por Virginia Woolf (se debe sobre todo) a su manera de encarar la literatura y por su preocupación de la forma y la evolución de la literatura”, leyó la también poeta y ensayista. En un tono casi profesoral, que provocó el silencio absoluto en el lugar, Ana María prosiguió: “Lo importante no es lo que se cuente, sino cómo se cuenta”, y agregó que la maestría estructural de la obra de la Woolf es un ejemplo de ese axioma que ella admira tanto. Con la autora de Las Olas, Ana María mantiene una relación “secreta y privada”, y admitió que su interés en ella “va más allá de su obra para conocer su personalidad; me contagió sus dudas y su desánimo hasta bordear, como ella, la locura”. Al terminar su ponencia, las participantes se dividieron en dos grupos para continuar la jornada en otras salas del museo donde se instalaron las mesas de varias ponentes que continuaron hasta tarde la noche de ayer. Las charlas incluyeron disertaciones sobre la obra de Elena Poniatowska, de Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Isabel Edwards y Rosario Ferré, entre otras reconocidas autoras.

martes, septiembre 21, 2004

Mi suerte

Tengo la suerte del creyente que arriesgó su vida por pura fé
la del desesperado que perdió su rumbo
la del amante que nunca fue ciego
la del borracho que bebió una laguna y vomitó sangre
Tengo la suerte de todos ellos y como ellos, perdí la fé
Me persigue la suerte de las gaviotas tristes
que no tienen viento
la del huérfano sordo que tuvo diez padres y no tuvo madre
la del avaro, del desnutrido
la de una gran traición
y doscientas torpezas
la del ambulante la del gitano la de la esposa
la de los que aman sin tener a quién
Sufro la suerte del moribundo que se sonríe por pura fé
la suerte del mundo
la del gigante y los leprosos
la cargo conmigo y no sé por qué
Yo tengo la enorme suerte del Sol grandioso
la del silencio
y tengo todas, todas las suertes
las de los sueños
las de los ojos
la del respiro
la del hechizo
y la que me guía
es la gran suerte
de los que creen
sin tener fé

viernes, septiembre 17, 2004

La ambigüedad fulminante de Cristina Rivera Garza

La ambigüedad fulminante de Cristina Rivera Garza
Lo que permea la narrativa de Cristina Rivera Garza, una joven autora mexicana residente en Estados Unidos, es una atmósfera ambigua donde las identidades de sus personajes se difuminan, porque nada es estable.
La evocación de uno de los personajes míticos de la literatura mexicana, Amparo Dávila (Zacatecas,1933) y la recreación de su inquietante universo, poblado de seresysituaciones anómalas, que trastocan la percepción del lector, enfrentándolo a un universo posible, pero plagado de incertidumbres donde todo adquiere un matiz difuso, ambiguo y misterioso, son sus grandes logros como narradora.
A través de esa ambigüedad, de lo andrógino y las situaciones fuera de lo común llevadas al extremo, La cresta de Ilión (Tusquets, 2004) es un tributo a una de las piezas clave de la narrativa mexicana del siglo XX. Atrevida, provocadora, sensual y terrorífica, esta novela exige del lector la disposición para aceptar que las cosas que no ve o entiende, no significan que no existan.
Su colección de relatos en Ningún reloj cuenta esto exploran la debilidad tanto de hombres como de mujeres cuando se encuentran y se desencuentran en el mundo.
Pero, como ella misma ha dicho: “más que resaltar la diferencia entre hombres y mujeres, algo que por otra parte no me interesa mucho, o la ausencia de uno u otro, me gustaría pensar que estas narrativas se proponen una especie de imbricamiento o yuxtaposición de miradas e interpretaciones. El hombre visto por la mujer vista por el hombre ad infinitum. Y, ahora que lo digo así, sospecho que en este sentido podría hablar, tal vez, de la existencia de un mecanismo interno que subvierte la heterosexualidad de las mismas”.
Esa ambigüedad que domina su obra es producto, en su opinión, de la relación que tiene con dos idiomas viviendo en la frontera. “El vivir de manera cotidiana con dos idiomas te obliga a pensar en esas metamorfosis que sufren para poder convertirse en un vehículo de comunicación más efectivo”.
Al margen de su afirmación, lo que nadie puede obviar es que su prosa, a la manera de Amparo Dávila, transita en una línea intermedia entre la fantasía y la realidad de manera seductora.

Evocación de Alfonsina Stormi

Mujeres Engañadas (Alfaguara 2004) es una antología de cuentos escritos por autoras que reúne una galería de temas: La mujer que se deja morir de amor; la que juega al matrimonio perfecto; la que acepta en su casa a la amante de su marido; la que ha extraviado su valor y padece la fealdad de la desdeñada; la que se empeña en la necia fidelidad enseñada durante siglos por las mismas mujeres; la buena esposa abandonada con cuatro hijos que implora a San Compadecido que se apiade de ella; la mujer exitosa que al vislumbrar una aventura la complica y queda lastimada por el engaño... La primera frase del prólogo de Ethel Krauze reniega del título: “¿Mujeres engañadas? ¡No, mejor mujeres que engañan!” Pero, explica luego, como es “una muestra representativa de los cambios que corren en la vida y la escritura femenina”, hay las engañadas y las engañadoras. La Cómplice de Guadalupe Amor, por ejemplo, es un relato en el que la protagonista, es la engañadora. Pero en Domingo, de Rosario Castellanos, esta narradora legendaria por su sarcástica lentitud lúdica, revela que el marido de Edith, la protagonista, la engaña. Convencida de que los maridos son indispensables en el matrimonio, admite a la amante del suyo. Pero se siente excluida de la fiesta y se consuela con tareas domésticas. Otros relatos de la antología, escritos en el transcurso de cinco generaciones de narrativa mexicana son: ¿Qué hora es? de Elena Garro, Conversación de Navidad de Guadalupe Dueñas, Música concreta de Amparo Dávila, En la sombra de Inés Arredondo, Fruta madura de ida de María Luisa Mendoza, El penúltimo adiós de Tita Valenci, Sombra ella misma de Aline Petterson, Nina de Beatriz Espejo, Otra víctima de María Luisa Puga, Por favor, cárguelo a mi cuenta de Yolanda Serra, abordan temas como la pérdida, la intriga, la ironía, la rabia, los celos, la confusión. Enfin, la sal y la pimienta de las relaciones entre el hombre y la mujer, engañados y engañadores. Y, tras leerlas todas, me quedo con las palabras de Alfonsina Storni: —Y usted, señorita, ¿qué hace? —Dirijo el tráfico en la Vía Láctea.

miércoles, septiembre 15, 2004

The love of my life

The love of my life? If I still were in my 20´s or my 30´s, I would say that it was my job.
Being a journalist meant the world to me. I remember when I was still in high school and one of my teachers asked me what was the most important thing to me. I answered, without hesitation, “becoming a journalist”.
And later, as a college freshman, I registered for a seminar about script writing, which was only available to a few students after an interview.
When I was interviewed, the teacher asked me why I wanted to enroll in the seminar. I told him that I wanted to become a journalist. He laughed discreetly and said sweetly, “but, you should know that this seminar won't help you become a journalist...” I answered that I was convinced it would. I was accepted.
Later on, after obtaining a Master's Degree in Journalism at Columbia University, I got a temporary job as an editor and translator for the Latin American Desk at The Associated Press.
A year or so went by and I was selected to move on to the AP's New York City desk.
I got the job, basically, because I was a Latina woman, and the AP wanted to settle a dispute it had with the Federal Government for discriminating against minorities. The fact that I could also write fairly well in English helped.
Shortly after my transfer to the AP's City desk, I was offered a job at CBS, as a reporter based in one of its Connecticut offices. The salary was twice what I was making. But I decided that at the AP I would learn how to write succinctly, so I stayed.
Until a few years ago, my life as a journalist has been the most important aspect of my life. My personal life (relationships et al) were secondary to that.
But, after I published my first novel in the late 90´s, journalism became a second priority. I wanted to be a novelist.
The change hasn´t been that easy. Even if I have finished a second novel (which has yet to be published), I had to go back to working as a journalist, an editor, a translator and, lately, as a press coordinator for different organizations.
Until recently, my personal relationships were never a priority. I had an eight-year-long relationship that was like a marriage, but shorly after it ended, I met somebody else (a foreign correspondent -- a journalist like me...) and we got married.
The marriage didn´t last very long, but the relationship has. Yes, he is still in my life and is without a doubt my best friend in the whole world, even if he is happily married and a has a three-year old son. And yes, my relationship to him changed me a great deal. I learnt that ex-wives and ex-husbands can be friends, and friends forever.

viernes, septiembre 10, 2004

Quien sabe porqué

Nací con un rostro de delicados trazos dibujados por una mano enamorada. Mi piel, translúcida, reflejaba una ternura plácida que parecía eterna. Mi cabello creció felino y brioso, negro pero brillante. Nunca supe de qué color eran mis ojos, pero eran cuevas profundas. Mi sonrisa era un suave relámpago generoso y espontáneo. Sonreía aún cuando dormía. Me llamaban Bella y lo era.
Pasaron los años y quien sabe porqué un día, dejé de hablar, perdí la razón, o la cordura que quizás nunca tuve. Repetía monólogos, sin puntos ni comas, sin dirigirme a nadie, cuando me sumergía bajo las sábanas de mi cama.
“No lo sé quien sabe porqué lo siento mucho no quiero que me vean no quiero caminar ni quiero nada ni me importa cuando abro los ojos menos cuando los cierro y no me gusta vestirme andar desnuda es lo mío esconderme en el espejo no entender si voy o vengo sentir mi mano hundida en mi vagina y mojarla es rico si nadie se entera tocar mis senos acariciar sus pezones mis piernas mis brazos mi cuello, quien sabe porqué”.
Crecí en un pueblo esculpido de arena, vestido de un desierto mudo, donde un río vetusto corría helado en invierno, habitado por unas 30 mil almas que sólo conocían sus arenas blancas y doradas, alborotadas de algarrobos y médanos que el viento hacía y deshacía a su capricho. Allí, en ese rincón del mundo donde el tiempo transcurría lento, trenzando presente, pasado y futuro, mis padres me mantuvieron alejada de todo y de todos, como si fuera un pájaro extraño con alas de mármol y patas de marfil. Sólo me permitían bañarme en el río una que otra madrugada, antes de que saliera el sol, mucho antes de que abriera el mercado y la parroquia sus puertas. Lo hacían temerosos de que la impunidad de mi exquisita fragilidad ahuyentara a los demás mortales, que podrían creer que no era humana.
Y es que no tendría alas de mármol ni patas de marfil, pero sí unas piernas larguísimas, piel de terciopelo, como mis brazos; espalda de lienzo rectangular, hombros que parecían almohadas sólidas; de hierro mi omoplato; mi cintura, de muñeca. Todo lo cubrían con ropas grises de franela, aún en verano (nunca sudaba), sobre calzones largos de encajes almidonados, que levantaban, con o sin viento, mis anchas faldas (jamás usé pantalones). Sabían que nada escondería mi lánguidez encantada, mi caminar mudo, envuelto en un velo invisible que rozaba el espacio que ocupaba. Así, imposible que viviera como las demás.
Por todo ello, nunca fui a la escuela, ni tuve amigas, mucho menos novios. Hilda fue la excepción. Ciega y bastante mayor que yo, fue mi tutora, mi consejera, mi única amiga, la que me enseñó a leer, a escribir y a tratar de descifrar los rompecabezas de la vida.
Pero Hilda no pudo impedir que pasara el tiempo y que un día mi silencio deslumbrara a un hombre de legendaria trayectoria política que mis padres recibían como rey, el único hombre que yo jamás conocí y el único que se atrevió a hablarme mirándome a los ojos. Le llamaban Enano y no sabía sonreir. Quien sabe qué nombre le habrían puesto sus padres. Nunca nadie lo supo.
"Fuiste creada para mí. Quiero casarme contigo“, me dijo una noche, tajante pero con la elegancia de una verónica de Ordoñéz, mientras yo cenaba en silencio, con la mirada vedada, como acostumbraba. Mis padres no lo escucharon cuando él me confesó, sin humildad, que había logrado todas sus metas, salvo una. Casarse con una mujer como yo. Una mujer excepcionalmente bella, con un rostro opuesto al suyo --sombrío y gris como el invierno--, con unos ojos tampoco como los suyos --unas líneas escondidas bajo pliegues de arrugas hinchadas. Y lo más importante: que le enseñara a sonreir, sus labios nunca habían logrado dibujar esa alegre curva.
Yo apenas lo miré cuando hablaba. Quizá no le creí. Quién sabe. Sí pensé que era la encarnación de una madurez agria; sí sabía que se afeitaba dos, a veces tres, veces al día y era obvio que todo lo sabía, salvo ser feliz. Era solemne, taciturno, de caminar torpe, desgarbado, comía demasiado, fumaba puro, era casi calvo y nunca paraba de hablar.
Esa noche supe que sería su esposa. No por amor ni porque creyera que había sido “creada“ para él. Quién sabe porqué, pero lo sabía.
No pasó mucho tiempo desde aquella noche. Nos casamos a pesar de las dudas de mis padres, que no se atrevieron a oponerse por la extraña relación que los unía a Enano; y contra la voluntad de Hilda, que desapareció del pueblo cuando se enteró de la noticia, sin antes alertarme: “será tu ruina” y escupirle a mis padres por permitir nuestra boda.
Vestida de blanco, con una rosa también blanca entre mis dedos y una mantilla española que me cubría el cabello, pero no el rostro y mucho menos mi sonrisa púrpura, con los mismos calzones bajo el traje de novia, entré a la parroquia por primera vez en mi vida, casi altanera, del brazo de mi padre, que sudaba a chorros. Tenía 17 años.
Enano me esperaba, ufano, consciente de su triunfo, ante el altar. Se sentía galán, ungido, sabía que el pueblo moría de curiosidad por verme vestida de novia. Sabía que el pueblo lanzaría cohetes y reventaría pólvora luego de la bendición del cura, que lo convertiría en mi esposo --de esa joven adusta, etérea y muda que le enseñaría a sonreir.
Pasaron algunos años más. No más de cinco, quizá seis.
Empecé a quedarme calva. Mi rostro aún reflejaba ternura, pero la perfección de mis facciones se habían diluído un tanto. Mis ojos ya no eran profundos. Mi mirada de flecha se había disipado bajo tristezas silenciosas, adquiridas quién sabe porqué.
Pero, terca, yo seguía siendo Bella. Caminaba con el mismo garbo y bajo el mismo velo invisible. Intentaba esconder mis desvelos bajo miradas lacónicas y esconder mi calvicie con sombreros que yo misma diseñaba. Y nunca dejé de sonreir. Todo así hasta aquella madrugada.
Apenas había salido un sol opaco, oculto bajo nubes desabridas. Una lluvia débil lo borraba todo. Un arco iris dudoso se defendía. Los colores del día podrían aparecer pronto. Igual, los susurros del viento.
Asustada tras un sueño de imágenes agitadas, desperté sobresaltada. A mi lado, Enano roncaba bajo un cúmulo de sábanas y colchas que no disimulaban su voluminosa panza. Con la respiración truncada, me levanté y abrí las ventanas de la recámara quedito, como quien abre la vida con cuidado. Intenté respirar desde mi vientre, como lo hacía antes de zambullirme en el río. No pude. Cerré los ojos y me acaricié el rostro.
Quería escuchar el murmullo del viento. El corazón me latía desfrenado. Me acerqué de nuevo a las ventanas que seguían abiertas, y volví a ver el sol opaco, las nubes difusas y escuché la lluvia monótona sobre el arco iris que nunca pudo dibujarse. Nunca aparecieron los colores, ni los sonidos, del día que estaba por nacer.
Fue la última vez que disfruté el amanecer. Dos o tres lágrimas viscosas me nublaron la vista. Ya no distinguía nada dentro o fuera del dormitorio.
Me froté los ojos varias veces hasta que sentí que me ardían, que se perdían en líneas borrosas, cubiertos de legañas.
Por instantes, en medio de mi visión aturdida, creíe ver la figura erguida de mi hermano Camilo, que le llamaban “El Genio“, asesinado años atrás en circunstancias que nadie nunca le aclaró, y que Enano había intentado explicarme con ese tono inseguro pero pomposo de quien nunca pudo hablar en público sin tartamudear.
“Tu hermano es un mártir. Murió por sus ideales. No importa quién lo mató,” me había dicho.
Oculto tras una neblina grisácea como la ropa que ya no cubría mi cuerpo, creí distinguir el cadáver de mi hermano en un ferétro de madera. Y su voz que me decía: "tranquila, Bella, la vida no tiene colores".
Apenas pude escuchar el sonido del despertar esa mañana. Ya no veía nada. A tientas, recuperé mi espacio bajo las sábanas, con la esperanza que en unas horas recuperaría la vista, y que el fantasma de mi hermano nunca volvería a aparecer.
No tuve esa suerte. Nunca me volví a levantar de la cama, ni a recuperar la vista, mucho menos a abrir los ojos.
Creo que morí, nunca se supo de qué exactamente, unos días después, totalmente calva, escuálida, pálida, sin mi velo ni mi sonrisa. Nadie fue a mi entierro. Enano se ocupó de organizar mis exequias. Mis padres habían muerto años antes. No tenía hermanos, ni hijos, ni herederos. Salvo él, que se apropió de mi sonrisa para siempre.

martes, septiembre 07, 2004

About being a Latinamerican woman called Maria

I am one of the many women of my generation whose bible was the first issue of Our Bodies, Ourselves, a encyclopedia of all there was to know about our bodies, and one that made us all feel proud and beautiful just for being women, no matter our shape, race and size.
Our Bodies, Ourselves, however, didn't protect me from falling prey to the temptation of asking myself questions like: Take a moment to close your eyes and visualize your body. How do you feel about what you see? Are your breasts too big or too small? Your butt too big or too flat? What about your stomach or thighs -- too fat? Is your nose too broad? Do you wish you were taller or more petite? Is your body too hairy or your skin too dark?
To the first question, I have always answered: No, I do not like what I see much, but it is what I have, so I accept it and want to take care of it. In acting classes at The Lee Strasberg Institute in NYC (which I attended for years), we were told it was “our only instrument”. Since I do not have the privilege of playing any other, my body is the one I try to keep in good health.
To the second: I had no breasts at all until I got pregnant at 26, at which point my body became more curvaceous, which I liked at one point, but no longer do, and no longer have, for that matter.
To the third: I never had a butt ever. Made me lose a Cuban boyfriend at one point, because he couldn't bear to have a girlfriend with a flat (not flabby, though...) rear end... But he was a creep anyway and, after all these years, I got used to being ass-less. Not sure if I ever wanted one in the first place...
To the fourth: My body was never “perfect”, I always had a little bit of a stomach, hardly any hips and very long, thin thighs...
To the fifth: Oh God! My nose: sometimes I think it is my best feature and sometimes I think it is just plain awful...
As for the rest: Overall, I like the way I look.
Having been exposed to a variety of cultures over the years, I am convinced that the “ideal” female attributes do not vary much, and that they are all conceived by men --by the female movie stars their industries create and by the advertising industry they promote.
Never mind the diversity of our female bodies: we are tall, short, thin, fat, large-boned and hefty, tiny and frail; our eyes vary in color and shape; our skin color ranges from blue-black or ebony to deep browns to copper to olive to pink; our hair is many-colored and has an almost infinite range of textures.
Yet, we are all measured against unrealistic standards promoted by the U.S. advertising and beauty industries and grounded in fantasies created by men about how a woman should look and behave.
Every society throughout history has had standards of beauty, but at no other time has there been such an intense media blitz telling us what we should look like. Magazine covers, films, TV shows, and billboards surround us with images that constantly reinforce the idea that "beauty" is everything. But what is "beauty" and what does it mean to strive to be "beautiful"? The current ideal woman portrayed in the U.S. culture, and heralded all over the world, is basically white or olive-colored (for the exotic touch...), thin, able-bodied, shapely, muscular, tall, smooth-skinned, and young.
Many of us are painfully aware that how we look is directly related to how others treat us, to our romantic prospects, to where we can live, to our employment possibilities.
The list of what a woman must do to achieve the perfect look is endless, yet paradoxically, it is absolutely essential that in the end she always look natural. I suppose, like Barbie does...
And since I mentioned Barbie, I have to add the following:
Despite changes in fashion and in attitudes toward women, today's ideal woman is in fact not so different from the original blonde Barbie doll.
Some of us grown-up ladies may find Barbie's distorted body amusing, but as a caricature of the state-of-the-art white ideal of female beauty, Barbie is the standard that millions of little US and Latin girls learn to desire at an early age.
And Barbie has been joined by numerous ethnic variations, which have not at all minimized her power as a popular icon. This state-of-the-art white model puts a particular burden on Latino women, darker than your average Anglo-Saxon gal, most of whom appear to be under "stress to conform to an ideal that is genetically impossible for most of us to achieve," according to experts.
“Barbie-cism” and all racism aside, Barbie was never my ideal. I grew up believing that it was “hot” to have a body like Marilyn Monroe or to display Audrey Heyburn's class. A decade later, Gloria Steinem was my ideal, never mind her glasses. In the 80´s, Susan Sarandon. In the 90´s, Julia Roberts and now... God knows... Probably all of them and none.
Do I feel pressure to match the likes of Monroe, Hepburn, Steinem, Sarandon and Roberts, all ideals of the “perfect women” imposed to me across all borders over the past decades???
Of course I do.
From whom? From jerks I try to ignore, but also, and much more importantly, from the advertising world, which is, indeed, globalized.
But, good or bad, my ex-husband used to tell me I had a body like Monroe's; my ex-boyfriend, that I reminded him of Hepburn and I have told myself that if I were an actress, I would be like Sarandon and would never have Roberts's oversized lips.
So, between them and my own dream world, I have done OK so far.
Be that as it may, I am a Latin American woman who does not fit the “mould” and who, at one point in my career as a journalist, was forced to sign rejection letters at an editorial house in New York City, as “Marie Pallais”. It sounded so much more sophisticated than Maria did. All Latin maids in the U.S. have that name, for God's sake. And that will not change for quite a while.

A few poems I wrote....

1. A Woman: Sylvia Plath
her style
her apprehensions
her poetry
mysterious
painful
convoluted
like a woman:
they taught me that
there is a way out of the mind
an exit leading somewhere without a name
a place where all thrusts of logic are powerless.
did you know, Sylvia,
you female bird dressed in human skin,
that by commuting between
the skies and the seas
you ripped the ties
trapping those like you in mortality?
and did you ever stop,
while searching for a word,
to think that you would never die?
in rags your existence
never had the riches
in death, it does.
i read you, Sylvia, and i see life
i can touch your limbs,
the same limbs that got caught around your neck
and broke your throat
i can hear the child in pain
and i know it was in your womb
that your soul brought an end to your poetry.
surrounded by the invisible smoke of your ashes,
i hear you perpetually singing the songs
of frost and fate
of womanhood and death
in the contractions of my pain,
you breathe, throb and love
it is through you that
the whirlpool in my eyes
provides the remedy
healing
the absence of god in us
while living the devil in men.

------------------------------------------------------------------------------------------------------------
2. The Death of Love
doors close
windows break
eyes blind
words mitigate:
and then
It all stops.
love has made an entrance
hiding behind a sleeve
rolling inside a blouse
gently caressing a timid breast
it cannot talk
it just decides to stay
it yearns to embrace your soul
it tries to suck the marrow of your bones
it feeds from your insides
it wants you all
makes no allowances
a master
or nothing at all.
while life goes on
love is dying
lost deceived
rotting in your brain.
----------------------------------------------------------------------
3. Marcel's Funeral
stony i stood
my wrinkles shaking
my temples sweating
in disbelief
the funeral, his funeral
the worst of life's betrayals
(and they still them me
i have to trust give love)
rewinding the pain
no cruel lover will ever
match
the coldest of winters
under the hottest of suns.
Marcel, a breeze,
shot to death
by a storm (not a kiss)
the aftermath hardly matters
forever gone, he
forever alone, i.
those gazes i reached
those friends and the others
those strangers,
hardly matter
as i cried, like a fool,
for he was that embrace
squeezed within its flesh.
the gold and all the rest
hardly matter
lost all value
for he listens not
for he's gone
for it is him
what is no more.
---------------------------------------------------------------------

4. Forever You Marcel
a youthful smile
wrapped in hopes
a sudden storm
unleashing sounds
(like a kiss)
both as tenuous
both as vibrant
both scare me
you them all
you, Marcel.
might you come
and refuse to paint my walls?
not you
can you remember
that steamy night
in chinatown?
the night i left you,
went back to paint my walls
didn't want your silence
sparkling, raging
in your frozen gaze
you did, i know
help me draw the lines
you, the curves deviations turns
you, hidden secretive adamant
categorical loyal brother
you
my trials saw
but not my love.
do i waste my time
wondering
will you ever hear me
singing in our roots?
lingering with trembling hands
forever you Marcel.
-----------------------------------------------------------------------------------------
5. About Age and Time
am i really that old?
so old that pain no longer
slaps and wounds my face
into a tear or two?
so old that i sense my path
has already been paved?
so old that my steps
are but a faint smear in the mud?
can time collapse into a memory
a few stories and a lot untold?
is it powerful enough to swallow
my longings into an unwritten tale
without a script?
did it really choke my breath
my clean breath
which loved to blow into a smile
and sometimes even a kiss?
where is it now shaping my words
creating sounds
distorting needs?
will it keep the warmth
that had no questions
that could emerge
in and out of the limelight
with no make up?
didn't i write the pages
stained the lines
gave them no meaning?
nobody warned me
that time would win
the race
fight the wind
close the gap
(the one i touched
in a moment of disarray)
stop me from shaping my tools.
dreaming, i was indeed
had lost the will
and found a veil over my head.
i've lost it all
but still have that drink
and i shall
(for a moment, short and weak)
enjoy it in my blood
as i wrinkle in my bed.
-------------------------------------------------------------------------
6. A Summer's Beau
It was hot
and i felt it
so much more:
the beam, the glitter dimmed
along the quiet folding of time,
was shining gloriously
Unexpectedly,
it woke me up
from a groggy sleep.
More clearly defined
almost too overwhelming,
but it was back
that long-forgotten thrust
to bathe my gaze upon your face.
My words erode diversified
lava-like, rolling about sentences
without verbs and full of nouns,
in an attempt to structure
the time before you came.
Only a day or two ago,
i had killed all hopes
was burdened with artificial lust
attenuated longings,
when i found myself
holding you tight.
And today,
i dare to call you
irreverently mine.
As i walk,
waiting for your steps
as you reach about the bed
suddenly haunted by
the shiny memory of your back
at night
As i talk,
filling my paranoid moments with contempt,
But Oh so gentle, so very gentle,
i now feel the marvel of my love
rising above the decalcomania’s
i had cherished,
vividly focused
almost too simple.
(Why don't i fear the giant steps
that my passion can set forth
dread the day they'll grab me by the hair
again
and drag me down the avenue?)
But Oh so soft, so very soft,
i indulge, lounge, cat-like,
hoping you won't reject my dawn
when you see it,
and wishing i may never lose the way to you
when i find it.
And,
as i see your face
looking away from the mirror
(possibly to catch a glimpse of a fly
zooming by)
as i wonder if you'll miss
the silence of my lips
(while they moist your eyes)
as i quiver in an effort
to hide the pounding of my brain,
Yesterday,
i realize,
never did desert my bed.
And,
as i lose your hand
slipping down my neck
(possibly to reach my arm)
as i toss my hair away
from the breeze of your breath
to help you reach my skin,
Yesterday,
i realize,
never will become today.
-------------------------------------------------------------
7. Don't Scold Me, Dear
It isn't strange anymore:
when my pulse stops because
my mind is bewildered
confused, like my eyes
when my lips cannot shake because
my body is empty of orgasms
thirsty, like my legs.
Don't scold me, dear.
It isn't strange anymore:
when people ask if i care
and i answer that i don't know
when your hand reaches out
to hold
my freezing paws
when that bridge we used to love
now leads the way into
confusion for you
and a prison for me
when my writing is wordy
redundant, sometimes profuse,
like my longings.
It isn't strange anymore
two years later
(so soon!)
the magic, almost gone
back, my sleepless nights
and the phones, the ties
the jokes and the high heels:
none is strange
anymore.
Don't scold me, dear.
Continue being deaf to my tears
i promise to behave
if only for a day.
Once, a while ago,
after reading a simple book
i thought i knew it all.
Later, a stranger smiled at me
i forgot how to walk
and felt haunted
until i managed to keep
a thought, a kiss
made them mine
and hid them in my gaze.
The smile brought me a home
your warmth, your needs
and i felt comfortably
dressed.
It isn't strange anymore:
but i feel none
while you sleep
i make riddles with my hair
i found the home of a shadow
that never took shape
Mine, it was, at daylight
and yours, at night.
There is a spark in you
it lies dormant when you smile
I'tll never be fully lit
never like a candle
more like a ghost.
Don't scold me, dear.
There is nothing strange
not anymore.
Go, sleep
Yes, i'll be all right
Just want to wash my hair
you won't mind, will you?
It's all i can do
while you sleep
even when time, being rude,
said it was enough:
i can still breathe my smell
though my eyes squint
at the crack of dawn
i can still welcome my shadow
though the world is angry at me,
i can always pretend
while i wash my hair
that i never knew i lived.
How strange:
for it is my life i waste
in perpetual wanderings
my face i erase
under the sheets.
my life i cannot control.
Don't scold me, dear.
Nobody will ever hold
the torch i failed to give you.

lunes, septiembre 06, 2004

Saqueo de Nadine Gordimer

Saqueo de Nadine Gordimer
( María Lourdes Pallais )
( 2004-07-24 )

Nadine Gordimer (1923), Premio Nobel de Literatura en 1991, no necesita presentación. Además de que es, sin duda, una de las escritoras en lengua inglesa más respetadas de las últimas décadas, en 1991 recibió el Premio Nobel de la Paz por su grandiosa poesía épica, que se vuelca en ataques brutales al sistema del apartheid que entonces regía Africa del Sur, su país. Hoy aquí en México, hay quienes recordamos a esa diminuta mujer, cuando apareció casi escondida en una butaca de Bellas Artes en noviembre del año pasado para la inauguración del 69 Congreso del PEN Internacional. Y cuando reapareció con sus memorables palabras: “Yo quiero celebrar al libro impreso, no al que se mueve a través de una pantalla casera y que requiere de electricidad para funcionar. Me gusta hablar del libro que no se muere y enmudece, un libro que cada uno puede sacar de una biblioteca, que se puede disfrutar en la cima de una montaña, en un autobús, esperando en una fila o en la cama, sin estorbar a nadie ni depender de nada más que de nuestros ojos y feliz inteligencia”. A pesar de que su obra ha sido traducida a numerosos idiomas, incluyendo el español, poco nos ha interesado esta singular escritora, ganadora del Premio Booker en 1974 y, de manera reciente, de la Medalla Pablo Neruda. Ahora tenemos una nueva oportunidad de conocer a la autora de El último mundo burgués (1966) y La Hija de Burger (1979). Su más reciente libro, Saqueo (Ediciones B), está disponible en las librerías de México desde hace unas semanas. Y, por supuesto, aunque sobra decirlo, vale la pena. Saqueo reúne diez impactantes relatos que describen vivencias memorables y emociones difíciles, encarnadas en un padre de familia que sorprende a sus hijos adultos anunciándoles su separación y en una idealista funcionaria de un organismo de desarrollo en África, por ejemplo. La prosa de Gordimer, diáfana y sutil, dibuja con extraordinaria minuciosidad el paisaje social y cultural sudafricano que es el auténtico protagonista de Saqueo. Sin caer en sentencias morales ni juicios de valores, la autora descifra el complicado entramado de emociones que envuelven las vidas de sus personajes. Como ella mismo dijo aquella tarde en Bellas Artes, su prosa sigue el dictamen de Goethe: “Mete mano profundamente en tu sociedad y trae a la conciencia lo que deriva en la verdad”.